De una forma u otra, muchos caídos quedan postrados y desanimados de la fe…

El regreso a la iglesia es aún más difícil a causa de las voces malignas diciendo:

– ¿Qué van a decir o a pensar a tu respecto?
– ¡Nadie más va a creer en ti! Todo el mundo te va a ver como a un fracasado…
– Es mejor que leas la Biblia, que ores y que sigas a Jesús en tu casa, libre de las miradas de los que te conocen. Y así nadie te va a criticar o te va a mirar con desdén…

Esa es la posición más anhelada por el mal. Porque cuanto más el cristiano se aísla de la comunión en la iglesia, más vulnerable es a sus ataques.

Y comienza así: un día lee la Biblia, pero al otro se olvida. Un día ora con más fervor. Al otro con menos. Y poco a poco, sin notarlo, va sustituyendo la práctica de la fe por cosas “más emocionantes”. Y cuando menos se lo espera, su llama está totalmente apagada. Se convirtió en carbón…

A título de ejemplo, cuando era joven me enamoré de alguien de la propia iglesia. Ella reunía condiciones espirituales para ser mi esposa. Me comprometí con ella y llegamos a preparar parte de la casa.

Descubrí a tiempo que no era la voluntad de Dios. Terminé con el compromiso. Luego tuve que enfrentar las críticas de sus padres, de los míos, de toda la iglesia, incluyendo a obispos y pastores…

Sentí en la piel la vergüenza de las miradas juzgadoras encima de mí. ¡No fue fácil!

No obstante, mantuve mi frecuencia firme en la iglesia, independientemente de la vergüenza. A fin de cuentas, era mi salvación la que estaba en juego. ¡No podía vacilar con ella ni aunque la vaca tosiese!

Para conservarla, yo necesitaba mantenerme junto al brasero (iglesia). Proverbios 26:20

¡Aun avergonzado por dentro y por fuera!

Dios permite humillaciones para que no nos veamos orgullosos de la propia fe.

Si este es su caso, ¡dé gracias a Dios por la humillación y vaya adelante! Porque los humillados, a su tiempo, serán enaltecidos. (Mateo 23:12)