María de los Ángeles Recalde vivió momentos que la marcaron para toda la vida. Tuvo una infancia tranquila, pero cuando llegó a la adolescencia su vida cambió en un abrir y cerrar de ojos. “Me enfermé varias veces de neumonía, me la pasaba en el hospital, fue muy difícil para mí estar internada porque no creía que me pudiera curar definitivamente alguna vez. Cuando pensaba que estaba bien me enfermaba de nuevo, eso me ponía muy triste”.

Ella se volvió muy introvertida, se mostraba autosuficiente frente a su familia, pero se estaba derrumbando. Pasaba horas sola, sin hablar con nadie, sentía que no podía contar con ninguna persona, se había aislado del mundo. En el colegio le iba bien, pero no tenía amigos, se sentía sola, pero al mismo tiempo no lograba confiar ni en su propia familia.

Tratar de descansar por las noches se había vuelto una tortura. Sus problemas espirituales la atormentaban, no tenía paz. “De noche veía sombras, pero no quería decir nada porque no me quería sentir débil. Tenía miedo, pero prefería guardarme lo que me pasaba porque pensaba que nadie me iba a entender”.

Además, ella estaba preocupada porque veía que su familia estaba teniendo problemas. En su casa las peleas eran constantes, todos los días había un problema distinto. Ella sufría y no podía hacer nada para cambiar su situación. Cuando intentaba hablar con sus familiares, terminaba peleando. Se había vuelto agresiva, estaba todo el tiempo a la defensiva, no podía controlarse, la bronca y la tristeza la estaban consumiendo.

Sumado a esto aparecieron los problemas económicos que generaban más discusiones. María se sentía impotente, superada por su propia realidad. Lo peor estaba por llegar, ella comenzó a sentirse mal: “Empecé a tener mareos, me pasaba en cualquier lugar y yo no le hacía caso porque creía que no era nada. Después de un mes me empezó a sangrar la nariz. No le di importancia, pensé que era porque estaba estudiando mucho o porque estaba cansada, pero después aparecieron los dolores de cabeza y me preocupé. Los dolores eran demasiado fuertes, no aguantaba, no podía pensar, no podía hacer nada”.

María se dio cuenta que no podía seguir de esa manera y decidió ir a consultar al médico. Después de la revisión el doctor le aconsejó que se realizara estudios y la tristeza por el resultado fue inevitable, a todos los problemas que tenía se iba a sumar uno más. Ella no sabía si podría soportar tanto sufrimiento. “Fue duro porque cuando volví con los estudios, me dijeron que tenía una mancha en la cabeza, que podía ser grave, que podía ser cáncer y me pidieron más estudios. Se me pasaron un montón de cosas por la cabeza. Faltaban semanas para mi cumpleaños y fue difícil”.

Pero ella no se resignó a la posibilidad de morir por un cáncer en la cabeza y decidió hacer un voto con Dios. “No acepté lo que me estaba pasando, no me dejé llevar por la situación y luché por mi salud. Hice un sacrificio, hice un voto con Dios y, aunque fue difícil, Él me respondió. Los síntomas desaparecieron, ya no tenía dolores de cabeza ni sangrados ni desmayos. Cuando volví al médico me dijo que no tenía nada, la mancha había desaparecido. Gracias a Dios la relación con mi familia cambió, ya no me aislo ni soy agresiva. Ahora todo es distinto, me liberé de mis problemas espirituales y estoy completamente curada”, afirma sonriendo.