Olvidar las fallas y pecados cometidos en el pasado puede que no sea tan simple si quien los cometió decide alimentar los recuerdos. Se trata de pensamientos que oprimen, condenan, atormentan y le impiden a la persona seguir adelante.

Cuando no nos perdonamos y no olvidamos nuestro pecado, haya sido cometido por un acto impensado, un impulso, un titubeo o por la falta de haber resistido a la tentación, cargamos el peso de la vergüenza y de la culpa, lo que puede aprisionarnos durante mucho tiempo.

Nadie está inmune

Tarcisio Baselli Diniz recuerda que, semanas después de su conversión y de entregarle su vida a Dios, necesitó arreglar las cuentas que tenía pendientes consigo mismo. “Ya era de noche cuando ordenaba algunas cosas en mi habitación y encontré un montón de cartas. Aquellas que le había mandado a mi madre mientras estaba preso”, comenta el joven.

Tarcisio se refiere al período de un mes en el que estuvo preso en el Centro de Detención Provisoria. En aquella época, él participaba en una de las mayores hinchadas organizadas de su país y se implicó en una pelea entre hinchas durante el entrenamiento de su equipo. “Para mí, fue como si hubiera estado un año detenido y para mi mamá también”, recuerda.

Hoy, a los 26 años, el joven habla abiertamente que necesitó perdonarse por el tiempo que no le dedicó a la familia. “Releyendo las cartas, arrepentido, comencé a llorar. Me di cuenta de que aún me culpaba por haber hecho sufrir a mi mamá, por las veces que la había dejado sola o que llegaba a casa tan estresado que le pedía que me dejara tranquilo, entraba en mi habitación y cerraba la puerta”, dice.

El momento en el que él se encontró con las cartas (y con sus recuerdos) fue cuando finalmente pudo liberarse el perdón a sí mismo por todo lo que había hecho. “A partir de entonces, me dije que iba a cambiar la situación, que no actuaría más de aquella manera. Decidí que quería que mi mamá se sintiera orgullosa de mí. Ser un hombre de Dios y un ejemplo”, relata.

Para el obispo Júlio Freitas, responsable del trabajo evangelístico de la Universal en la zona sur de la capital paulista, nadie está inmune de cometer errores (eso es algo humano). Por más graves que sean, la persona puede ser libre de ese peso. “Peor que el error es que usted no se perdone. Es como si Le estuviera diciendo al Señor Jesús que lo que hizo por usted no fue suficiente. Y por eso no se perdona”, explica.

¿Qué hacer a partir de la falta? “Le cabe a cada uno reconocer su pecado, confesarlo, abandonarlo y no volver a practicarlo para que no suceda nada peor, que será la muerte espiritual”, explica el obispo.

Si Dios nos perdonó, ¿quiénes somos nosotros para recordar el pasado? Para el obispo, no es cuestión de merecer el perdón o no, sino de creer, aceptar y asumir el papel de la persona arrepentida y perdonada. “Independientemente de que usted se sienta perdonado o no, lo que Jesús hizo en la cruz, en el Calvario, fue más que suficiente para perdonar nuestros pecados y salvarnos. Lo que usted tiene que hacer es aceptar ese perdón y asumir su posición de perdonado, redimido y salvo”, concluye.