Las emociones conducen a malas decisiones. Esta es una lección que debes tomar como advertencia, porque las emociones generalmente solo se preocupan por lo que sienten en el momento y nada más. Son imprudentes, no piensan en el futuro, solo en el presente.
Probablemente hayas escuchado a alguien decir: «Hagamos esto y luego veamos cómo resolverlo». En ese momento, las emociones se apoderan de nosotros, y esto ocurre en muchas otras situaciones. ¿Qué área de nuestra vida está más cargada de emociones que nuestra familia o nuestras relaciones románticas, por ejemplo? Ninguna. Probablemente hayas ayudado económicamente a un familiar y hayas terminado endeudado, o hayas conocido a alguien que se «enamoró» y se mudó con su pareja simplemente como alternativa a irse de casa de sus padres. Las emociones impulsaron ambas situaciones.
Ante esto, debemos comprender que las emociones no son herramientas para la toma de decisiones. Pueden informarnos, y nuestro cerebro debe tener en cuenta sus sentimientos, pero no podemos actuar únicamente en función de ellos. Si lo hacemos, nos meteremos en problemas.
El corazón humano se inclina a lo que siente, y por eso, figurativamente, dentro de tu pecho hay un enemigo que intenta llevarte a tomar decisiones equivocadas. El mismo Señor Jesús advirtió sobre esto: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9). Y, de hecho, todos hemos sido engañados por él, pero ¿qué sucede después? Normalmente, nos volvemos más alertas y cautelosos. Lo mismo debería suceder con el corazón.
Ten cuidado: el corazón es un terrorista. Grita y usa cualquier argumento para que actúes según lo que sientes en ese momento. Y por eso debes fortalecer tu lado espiritual, porque tienes el lado racional, pero no siempre lo controla. La jerarquía humana debería ser, ante todo, el espíritu (mente), que debe controlar el alma (corazón), que guía el cuerpo. Si desorganizas este orden, serás esclavo de malas decisiones. Te lo advierto: si eres sabio, ¡escucha!