Nuestra reputación llega a las personas antes que nosotros, porque ellos oyen hablar de nosotros antes de que hablemos con ellos. En el Libro de Hechos, capítulo 6, se describe una situación que sucedió en la Iglesia Primitiva debido a que el número de discípulos iba creciendo. Hubo una murmuración de los griegos contra los hebreos porque sus viudas eran despreciadas en el ministerio diario. Entonces los apóstoles tuvieron que lidiar con esto. En el versículo 12, los discípulos afirman que no era razonable que dejaran de meditar en la Palabra de Dios y de orar para preocuparse por cortar la rebanada correcta de pan para dársela a la gente. Entonces, Pedro les dijo que escogieran de entre ellos siete hombres de buena reputación y llenos del Espíritu Santo y de sabiduría para resolver esa situación y el primer criterio que estableció para que fueran elegidos fue que fueran hombres de buena reputación y sabiduría.
La reputación es lo que los demás dicen de ti en función de tu comportamiento y, así como una persona puede tener buena reputación, también la hay mala. La gente empieza a hablar de alguien y, cuando relacionan una cosa con otra, la información se junta y forma una reputación. Así, por ella, las personas son vencedoras o fracasadas, son ascendidas o degradadas, se estancan o avanzan.
En el caso bíblico mencionado anteriormente, entre los siete hombres elegidos estaban Esteban y Felipe, quienes, posteriormente, fueron utilizados para más cosas. Es decir, no sólo tenían buena fama por solucionar problemas con las viudas, sino también por ocupar otras funciones.
Así que, si todos dicen lo mismo de ti, no murmures ni te pongas en una situación injusta. Toma sus comentarios, mírate a ti mismo y considera si hay algo de verdad en ese comentario. Úselo para mejorar su comportamiento y desempeño, no para impresionar a alguien o beneficiarse de las personas. Empieza a esforzarte más al hacer las cosas, sé honesto, dedicado y tu reputación empezará a hablar por ti y las oportunidades en tu vida también aumentarán.
Obispo Renato Cardoso