Dios, debido a Su carácter Santo, siempre ha apreciado la palabra empeñada, tanto es así que, a pesar de los siglos que han pasado, Su Palabra dada a los hombres sigue vigente, fiel e inmutable. Él pone empeño en cumplirla.
Por eso, para Dios nada es más importante que el hecho de que seamos personas de palabra. Él exige eso de nosotros, pues jamás acepta que tengamos dos palabras.
Si volvemos a los tiempos pasados, veremos que muchos hombres eran honrados por su palabra. No había necesidad de un contrato, una firma o un notario, bastaba la palabra dada.
Muchos de nosotros logramos apreciar eso en nuestros padres y abuelos. Lamentablemente, en los últimos tiempos, esa virtud se está perdiendo, y los hombres dejaron de cumplir su palabra, se han convertido en personas de mal comportamiento, en las que ya no se puede confiar.
Podemos ver esto en muchos matrimonios, en los que ambos empeñan su palabra en el altar diciendo que se amarán, que serán fieles hasta que la muerte los separe, que estarán juntos en todas las situaciones, sin embargo, lo que vemos es un número cada vez mayor de divorcios. Esto muestra lo mucho que ha perdido su valor la palabra de las personas.
Sin embargo, Dios sigue siendo el Mismo, y no acepta que aquellos que creen en Él sean personas sin palabra, aun si esa palabra es empeñada con un incrédulo o incluso con un enemigo, ¡no importa! Si hicimos una promesa, si dimos nuestra palabra, tenemos el deber de cumplirla.
En este texto, podemos ver cómo Dios exige esto:
“Y vino a mí palabra del Señor, diciendo: Di ahora a la casa rebelde: ¿No habéis entendido qué significan estas cosas? Diles: He aquí que el rey de Babilonia vino a Jerusalén, y tomó a tu rey y a sus príncipes, y los llevó consigo a Babilonia. Tomó también a uno de la descendencia real e hizo pacto con él, y le hizo prestar juramento; y se llevó consigo a los poderosos de la tierra, para que el reino fuese abatido y no se levantase, a fin de que, guardando el pacto, permaneciese en pie. Pero se rebeló contra él, enviando embajadores a Egipto para que le diese caballos y mucha gente. ¿Será prosperado, escapará el que estas cosas hizo? El que rompió el pacto, ¿podrá escapar? Vivo Yo, dice el Señor Dios, que morirá en medio de Babilonia, en el lugar donde habita el rey que le hizo reinar, cuyo juramento menospreció, y cuyo pacto hecho con él rompió. Y ni con gran ejército ni con mucha compañía hará Faraón nada por él en la batalla, cuando se levanten vallados y se edifiquen torres para cortar muchas vidas. Por cuanto menospreció el juramento y quebrantó el pacto, cuando he aquí que había dado su mano, y ha hecho todas estas cosas, no escapará. Por tanto, así ha dicho el Señor Dios: Vivo Yo, que el juramento Mío que menospreció, y Mi pacto que ha quebrantado, lo traeré sobre su misma cabeza. Extenderé sobre él Mi red, y será preso en Mi lazo, y lo haré venir a Babilonia, y allí entraré en juicio con él por su prevaricación con que contra Mí se ha rebelado.” Ezequiel 17:11-20
Vea la indignación que Dios siente con el que deshonra la palabra empeñada, con el que miente y engaña.
El rey de Judá hizo un juramento al estrechar la mano del rey de Babilonia, que era su enemigo, de que no se rebelaría contra él. Sin embargo, cuando el rey de Babilonia le dio la espalda, el rey de Judá rompió ese juramento, violó el pacto que había hecho y Dios Se enojó con él. Aunque sus razones podían ser muy justas y buenas, ya que supuestamente quería liberar a Jerusalén, había dado su palabra y no podía volverse atrás.
Dios no aceptó esto aun siendo con un enemigo, un incrédulo, ahora ¿se imagina cuando empeñamos nuestra palabra para con Él? Cuando le prometemos fidelidad y obediencia, ¿qué espera Él de nosotros? Y si deshonramos esa palabra dada ante Su Altar, ¿qué nos espera?
Medite en esto, haga un autoanálisis.
¡Si queremos andar con Dios, debemos entender que Dios es la Palabra y exige que cada uno de nosotros seamos personas de palabra!
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