Cuando oramos sinceramente y con fe, la respuesta realmente no importa. Queremos los resultados, por supuesto, pero la oración ya ha cumplido su principal objetivo: llevarnos a Dios. Cuando oramos, derramamos nuestra alma, por lo tanto, ya hemos sido escuchados por Él.

Y eso es maravilloso, porque en un mundo en el que nadie tiene tiempo para escuchar (la mayoría tiene que pagar para ser escuchado), hay oídos graciosos esperándonos.

Oremos, no para cambiar a Dios ni sus planes, sino primero para relacionarnos con Él.

Segundo, para que haya orden dentro de nosotros, porque antes de que Dios cambie las circunstancias, nos cambia a nosotros.