Mientras vemos a Abraham luchar contra los sentimientos paternos más fuertes para atender a Dios, que pedía a su hijo en sacrificio, vemos a Isaac teniendo dificultad para comprender el propósito divino para hacer de Jacob su sucesor. Es decir, Abraham, no esbozó indisposición para obedecer a algo extremadamente difícil, pero Isaac, por la predilección por Esaú, deseaba bendecir a aquel a quien Dios rechazaba.
El comportamiento de este hijo era horrible ante el Altísimo, pues él despreciaba todo lo que era espiritual y puro para vivir de forma profana y carnal. Sus pecados fueron muchos, entre ellos está el hecho de ignorar los preceptos divinos y casarse con mujeres extranjeras, que no tenían la fe al Dios Único.
Isaac, aun conociendo la profecía de que el hijo mayor sería siervo del más joven, hecho por el Todopoderoso a Rebeca durante su embarazo, él permaneció deseoso de dar la bendición de la primogenitura a Esaú, el hijo primogénito. Bendición la cual el propio Esaú había hecho poco caso negociándola con su hermano, Jacob, a cambio de un plato de lentejas.
Y así comienza un nuevo capítulo de la historia de un hombre que fue una referencia de fe durante toda su vida. Isaac fue siempre fiel y temiente, pero ese episodio específico mostró que, por un período, le faltó la visión. Vemos que tuvo dificultad no sólo de ver con los ojos físicos, pero sobre todo con los ojos espirituales.
Con el patriarca, estaba el bastón de la sucesión que daría inicio a la nación de Israel, prometida por Dios a Abraham. Ante tanta responsabilidad espiritual, no le correspondía manejar el destino según su deseo personal.
Esaú era buen cazador, valiente y perspicaz. Por lo visto, él también conseguía producir obras maestras gastronómicas con sus cazas, a fin de agradar al paladar del padre. A pesar de eso, Isaac debería haber dejado prevalecer el discernimiento para no caer en las trampas de Esaú.
Por más que Isaac, como padre, amara a Esaú, él jamás podría dejar ese sentimiento ser mayor que su deseo de agradar a Dios. El patriarca sabía que el Altísimo, soberanamente, ya había escogido a Jacob, por lo que no le correspondía a él oponerse.
Pero en la vida es así: mientras unos tienen dificultad para obedecer, vemos otros que quieren, de forma tortuosa y astuta, hacer prevalecer la voluntad de Dios por la fuerza del brazo.
Sin embargo, este es un tema para el próximo post, en el que hablaré sobre una elección de Rebeca. Por un momento, ella quiso dar una “mano” para que el Altísimo efectuara sus planes.
¿Será que esto funcionó?