La duda es consecuencia de la desobediencia a Dios. Antes de que el hombre cayera en pecado, no había duda, porque sólo conocía el bien. Pero cuando decidió conocer también el mal, entonces conoció la dualidad: lo que es justo y lo que es injusto, el bien y el mal, etc. Desde entonces, hemos recibido la maldición de la duda.
¿Cuál es la cura para esto? Si Dios dio la solución al pecado, también dio la solución a la duda: ofreció a su Hijo en sacrificio en lugar de los que pecaron, para que los que creyeran en Él no sufrieran el daño –que es la vida misma–, pero recibe la vida eterna.
Si fue el pecado el que creó la duda, entonces cuando resuelves el problema del pecado, también resuelves el problema de la duda y lo primero que sucede es que te deshaces de la mala conciencia. Pero incluso aquellos que no están en pecado tienen otro tipo de dudas, como las que surgen a través de las palabras. Estás tranquilo y, de repente, llega un mensaje a tu celular con información negativa y amenazante y tienes que tomar una decisión. El corazón humano naturalmente se tambalea y se asusta. Pero esto sucede porque tus defensas están bajas, las cuales en realidad deberían estar activadas.
En Israel existe la Cúpula de Hierro, que es un sistema antimisiles. Cuando se dispara un misil de otra nación, este sistema se activa y, antes de que ese misil impacte en algún lugar y cause daño, se destruye en el aire. Iron Dome dispara otro misil al primero y no se causa ningún daño a la Tierra. De la misma manera, también tenemos que tener un sistema antidudas, que debe estar constantemente encendido para no absorber ninguna palabra proveniente de alguien, de una noticia, de una notificación e incluso de acusaciones de la mente. Por ejemplo: no has hecho nada malo, pero te viene a la cabeza un aluvión de acusaciones del diablo.
Entonces, activa tu sistema anti-duda, antes de que caiga en la tierra de tu corazón, usando la Palabra de Dios. No abraces la duda, porque si lo haces, estás abrazando al diablo. Abraza la Palabra de Dios y verás que las dudas estallarán en el aire y desaparecerán. Volverán después, porque el diablo siempre será el diablo, pero Dios también seguirá siendo Dios. Reflexiona: ¿a quién estás abrazando?
Obispo Renato Cardoso