Muchas personas dicen que creen en el Señor Jesús y que son fieles a la Iglesia, pero esta fe no trae el beneficio de la paz que el Padre nos da. ¿Por qué? Tomemos un ejemplo: es posible que ya hayas amado a una persona con todas tus fuerzas, que te hayas entregado por completo a ella, pero luego descubriste que no te correspondía con la misma intensidad y vino la decepción. Lo mismo sucede con la Fe en Dios. Dios conoce nuestra Fe: si es verdadera, de entrega y obediencia, o si es una fe de fantasía, de magia.

Cuando la Fe es verdadera, que exige sacrificio y entrega a Dios, la paz viene a cambio de ella. Está escrito en Gálatas 6:7: “…lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Esto se aplica tanto a lo bueno como a lo malo. Entonces, cuando entregamos nuestra vida a Jesús, recibimos paz.

Resulta que muchas personas viven en un vaivén, sin paz, porque realmente no dan la vida, pero, con Dios, no hay término medio. Cuando la entrega a Él es sincera, Su respuesta llega de inmediato. Y, cuando recibimos la paz de Dios, nos fortalece para enfrentar las luchas, las dificultades, la tribulación y hasta la muerte. Esto es normal, porque, cuando se quiere caminar en justicia en un mundo de injusticia, es inevitable tener que enfrentarse al mal.

El Señor Jesús dijo en Mateo 5:11: “Bienaventurados seréis cuando por mi causa os insulten y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, falsamente”. Enfrentar el infierno y prevalecer gracias a una Fe sólida, basada en las promesas de Dios, nos da fuerza para cosechar los frutos de estas tribulaciones. Sabemos que la tribulación produce paciencia, es decir, perseverancia e incluso cuando somos agraviados u odiados, nos mantenemos firmes y esto agrada a Dios. Dios sabe todo lo que pasamos, porque Él mismo lo pasó en la Persona de Su Hijo Jesús.

Obispo Edir Macedo