En el texto sagrado, en Mateo 1.4, leemos: “Juan apareció bautizando en el desierto y predicando el bautismo de arrepentimiento para remisión de los pecados”. Allí en el río Jordán no había ciudad, no había nada, pero la gente iba a donde estaba Juan Bautista, tanto los sinceros como los hipócritas. Los hipócritas fueron a tranquilizar sus conciencias y los sinceros confesaron sus pecados en la hora.
Esta es una de las principales razones por las que muchas personas se bautizan varias veces. Al bautismo en las aguas le sigue el arrepentimiento, es decir, la persona se arrepiente y luego se entrega al bautismo, es decir, al entierro.
Cuando una persona es bautizada y se arrepiente, es literalmente enterrada en agua para que pueda levantarse y comenzar a vivir una vida nueva y pura ante Dios. Entonces cuenta su bautismo y recibe el Espíritu Santo.
Cuando somos bautizados en las aguas, después del arrepentimiento, los cielos se abren, como pasó con Jesús, y ocurre el bautismo con el Espíritu Santo, que es la garantía de que el bautismo en agua fue válido. Pero cuando no hay arrepentimiento, el bautismo es sólo una obligación religiosa.
Y si alguno quiere fingir estar arrepentido, no está engañando a Dios, sino a sí mismo. Después de todo, cuando una persona sabe que tiene “culpa”, no tiene paz, porque lleva consigo sus pecados.
Si crees que Dios perdonó tus pecados y los dejó cuando fuiste bautizado, entonces tu bautismo será válido y recibirás el Espíritu Santo, pero si no los has dejado, Dios sabe que estás fingiendo y no pasará nada. El bautismo de arrepentimiento requiere que una persona se aparte del pecado, se “divorcie” y se case con Dios. Así recibe la Alianza Divina, que es el Espíritu Santo, la marca de Dios, el sello de que ella se convirtió en Su Hija.
Obispo Edir Macedo