Al referirse a la avaricia, el Señor Jesús contó una parábola en la que un hombre rico planeaba derribar sus graneros y construir otros más grandes para almacenar sus posesiones y satisfacer su alma. Ante esta actitud, Dios no dudó en llamarlo necio (Lucas 12:20). Pero ¿por qué «necio»?
Al igual que el hombre rico, quienes buscan la satisfacción con las comodidades y lo mejor de esta vida terrenal e ignoran la brevedad del cuerpo físico son considerados necios. Venimos del polvo y, tarde o temprano, volveremos a él. Y cuando eso sucede, solo queda el alma, responsable de todas las emociones que sentimos. Es el alma la que ama o siente ira, la que es pecadora o santa, y la que experimentará placeres o disgustos por toda la eternidad. Por lo tanto, no tiene sentido acumular dinero ni posesiones. Como vimos en la parábola, el poder económico no puede salvarla.
Para asegurar que tu alma disfrute de la eternidad en el cielo, debes aceptar el sacrificio del Señor Jesús e invertir todas tus fuerzas y vida en Él. Sin embargo, quienes rechazan al Hijo de Dios pierden el derecho a tener su nombre escrito en el Libro de la Vida y condenan su alma al infierno: «Y todo aquel cuyo nombre no se halló inscrito en el Libro de la Vida fue arrojado al lago de fuego»
(Apocalipsis 20:15).
Ante esto, la pregunta es: ¿Adónde va tu alma? ¿Estás seguro de tu salvación? Quienes son salvos tienen la certeza de este tesoro en su interior, pero quienes no lo son están condenados. La Biblia no bromea, y es Dios quien dice: «¡Necio! Esta noche te pedirán tu alma; ¿y de quién será lo que has preparado?» (Lucas 12:20). Si aceptas al Señor Jesús —es decir, aceptas obedecerlo y seguirlo— tu alma será salva, pero esta es una decisión que debes tomar solo.
Obispo Edir Macedo