Dando continuación a nuestra Jornada rumbo al Getsemaní, aprendemos de que forma debemos posicionarnos para que la voluntad de Dios se realice
en nuestras vidas
“Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la Voluntad de Dios permanece para siempre.”
1 Juan 2:16-17 LBLA
Hacer la Voluntad de Dios es cuestión de inteligencia espiritual. El mundo ofrece tres caminos que parecen prometer plenitud: la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida.
Cada una de ellas es una ilusión: despiertan deseos, pero nunca los sacian; seducen, pero no
sostienen; brillan, pero se apagan. La verdadera inteligencia no está en evitar sufrimientos ni en elegir lo que parece más práctico, sino en discernir aquello que permanece.
El mundo pasa, y esa es la clave: todo lo que nace del deseo humano desconectado de Dios
es por definición temporal. Lo que hoy fascina, mañana cansa. Lo que hoy parece conquista, mañana se convierte en carga, pero “el que hace la Voluntad de Dios permanece para siempre”.
Conocimos el caso de Samea, un ejemplo de eso, alguien que deseaba casarse y hacer su voluntad, al conquistar lo que tanto quería acabó sufriendo, su esposo le pidió el divorcio en la misma luna de miel. Con el pasar del tiempo ella entendió que la Voluntad de Dios es lo único que permanece y nos hace verdaderamente realizados. Hoy es una mujer feliz y su matrimonio fue restaurado.
Así como Samea, decida colocar la voluntad de Dios en primer lugar.
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