El pasado ha sido una prisión para muchas personas, porque la persona queda atrapada en el tiempo a causa de hechos traumáticos, como el maltrato infantil, la pérdida de un padre, un accidente, una experiencia escolar, la violencia sufrida, etc. Pero hay dos opciones para lidiar con el pasado y la primera es rendirse a la tragedia o al trauma.

Lo que mucha gente hace –y no voluntariamente, sino porque la emoción, la tristeza, la desilusión con relación a lo que pasó es muy grande– es entregarse al dolor y quedarse quieto en ese episodio, reviviendo lo que pasó. Esto, por supuesto, impide que la persona viva en el presente y construya un futuro mejor.

No tienes control sobre tu pasado y no lo cambiarás. Así que lo que tienes que hacer es aprovecharlo. Dios promete en Su Palabra: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5).

En otras palabras, Dios tiene el poder de tomar nuestro pasado y convertirlo en un gran testimonio, una gran historia y un instrumento para ayudar a otras personas.

El apóstol Pablo fue un perseguidor de la iglesia primitiva. Pero Dios miró a Pablo, que tenía un pasado horrible, y vio grandes planes para él en el futuro.

Así que si tienes un pasado, sonríe, porque Dios te escogió para hacer grandes cosas. No importa que otros usen tu pasado como adjetivo, te juzguen y te condenen. Pablo no fue condenado por Dios; de hecho, ¿no fue él quien dijo que “no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1)?

Dios te libera de la prisión del pasado. ¿Aceptas esta clave? ¿Aceptas la apertura de esta puerta de la prisión? Así que sal de ahí ahora y mira hacia adelante.

Obispo Renato Cardoso