Muchas personas buscan visiones, sueños y revelaciones para conocer la Voluntad de Dios. Sin embargo, lo que más agrada a Dios es la obediencia a Su Santa Palabra. Sabemos que el bautismo con el Espíritu Santo es el sello de Dios, la marca de que la persona le pertenece a Él. Quien lo recibe, por tanto, es Su Hijo. El diablo puede tentar a una persona, pero si tiene el Espíritu de Dios, vence las tentaciones, como pasó con el Señor Jesús. Pero ¿cómo recibir el Espíritu Santo? Desearlo no basta: hay que pagar el precio, es decir, renunciar a la propia voluntad. Dios nos da Su Espíritu Santo y también nos confía responsabilidades para tenerlo. Entonces, quien lo recibe tiene poder y autoridad, pero tendrá que rendir cuentas ante Dios en el Día del Juicio.
Es fácil asistir a la iglesia e incluso ser bautizado, por ejemplo. Lo difícil, en efecto, es negar la propia voluntad, no transgredir los límites de la libertad y someterse a la Voluntad de Dios en un mundo injusto como éste. Esto se debe a que amar a Dios no es una cuestión de sentimiento o emoción, sino de obediencia a Sus mandamientos y el verdadero amor es racional y se manifiesta en actitudes, como ofrecer nuestra vida a Dios.
Resulta que para que esto suceda es necesario limpiar el corazón de dolor, resentimiento y envidia. En relación a esto, el Señor Jesús dijo: “Cuando lleves tu ofrenda al Altar y allí te acuerdes de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda, reconcíliate con tu hermano y luego regresa”.
Si no conoces todos los mandamientos de Dios, aún puedes agradarle haciendo el bien a los demás. Esto se debe a que amar en la práctica es desear y hacer el bien, incluso a aquellos que te han causado daño. De esta manera, le estarás demostrando amor y Él vendrá a tu encuentro. El Señor Jesús mismo dijo: “El que me ama, será amado por mi Padre, y vendremos a Él y haremos nuestro hogar con Él”. Pero aquellos que no guardan las Palabras de Dios demuestran que no Lo aman y siguen el camino de perdición.
Obispo Edir Macedo