El ser humano tiene una increíble capacidad de adaptación, incluso esta habilidad se considera uno de los requisitos indispensables para alcanzar el éxito en cualquier ámbito de la vida. Pero esta cualidad puede no ser efectiva en ciertos contextos, especialmente cuando uno está pasando por una dificultad o una situación constante de sufrimiento.

Desafortunadamente, es común que el cuerpo, y especialmente la mente, se acostumbre a las situaciones que experimentamos y revivimos. Así, algo que antes se consideraba absurdo, al repetirse muchas veces y durante mucho tiempo, pasa a ser visto como natural a la vista de quienes viven esa experiencia.

El diccionario Michaelis define el verbo “adaptar” como “encajar o ajustar una cosa a otra” o “hacer para acomodar o ajustar a la visión”. ¿Cuántas personas se encuentran actualmente en esta condición? Se paralizaron ante una situación y la aceptaron como la única posibilidad para sus vidas y desistieron de luchar por el cambio y buscar una solución. Como se dice popularmente, están “empujando problemas con la barriga” y esperando a ver hasta dónde pueden llegar.

Dios ve a los valientes
Contrariamente a lo que muchos puedan imaginar, este espíritu de acomodación no es exclusivo del comportamiento contemporáneo. La Biblia describe un período en el que el pueblo de Israel se acostumbró a ser atacado por enemigos y a cruzarse de brazos ante ello. En el libro de Jueces 6.1, la Palabra de Dios dice que “los hijos de Israel hicieron lo malo ante el Señor” y que, por tanto, estuvieron en manos de los madianitas durante siete años.

El hecho de dar la espalda a Dios los llevó a vivir días difíciles. Los enemigos los acorralaban en cuevas y de vez en cuando robaban todo lo que poseían. Pero, en medio de esta situación de continua humillación, un hombre llamó la atención de Dios: Gedeón.

La Biblia lo señala como una persona que era parte de la familia más pobre de la tribu de Manasés y todavía el menor de la casa de su padre y, por lo tanto, alguien con menos probabilidades de salvar a Israel. Sin embargo, tenía una característica que marcaba la diferencia: el espíritu de coraje. Incluso en medio de la pobreza y la persecución, mientras todos estaban escondidos, Gedeón luchó por el sustento de su hogar trillando el trigo en el lagar. Esta actitud, que a primera vista parece sencilla, adquiere otra perspectiva cuando uno se da cuenta de que el lugar ideal para trillar el trigo era la era y no el lagar, que servía para prensar la uva. Por lo tanto, es posible entender que Gedeón no puso excusas y, para no quedarse dentro de la cueva, improvisó con lo que tenía, es decir, de hecho, fue a pelear.

Este espíritu de perseverancia y determinación atrajo la mirada de Dios, como leemos en Jueces 6:12: «Entonces se le apareció un ángel del Señor y le dijo: ‘El Señor está contigo, hombre esforzado y valiente”. En ese momento, Gedeón pesó todo lo que sabía sobre el Creador y se dio cuenta de que lo dicho por el ángel no coincidía con la situación que estaba viviendo. Entonces, manifestó su espíritu diferenciado y se enfrentó al ángel, como está escrito en Jueces 6.13: “(…) Oh, Señor mío, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha sucedido todo esto? ¿Y qué de todas sus maravillas que nos contaron nuestros padres, diciendo: ¿No nos sacó el Señor de Egipto? Pero ahora el Señor nos ha abandonado y nos ha entregado en manos de los madianitas”.

Esta reacción demostró que Gedeón estaba consciente del poder de Dios y que ese sufrimiento era contrario a las promesas divinas. Así, la inconformidad de sus palabras llevó al ángel a decirle: «Ve con esta tu fuerza, y librarás a Israel…» (Jueces 6,14). En el libro Gedeón y los 300, el obispo Edir Macedo destaca ese espíritu intrépido del que se convirtió en un héroe: “La fuerza de Gedeón no estaba en el exterior, sino en lo más profundo de su ser. Conociendo la existencia del Dios de Abraham, se determinó a rechazar la situación impuesta por sus enemigos”.

La fe sobrenatural llevó a Gedeón a obedecer todas las instrucciones del Altísimo, incluso ir en contra de su propio pueblo, derribar el altar donde adoraban a Baal (dios pagano) y ofrecer en sacrificio a Dios el principal bien de su familia: el segundo buey de siete años. Sin pensarlo dos veces ni en todo el sacrificio que fue mantener vivo a aquel animal en los momentos difíciles, Gedeón obedeció y, con eso, el Espíritu de Dios quedó libre para tomar posesión de él, como está escrito en Jueces 6.34: “Entonces el Espíritu del Señor revistió a Gedeón…”.

“Gedeón ya había estado dos veces con Dios: la primera vez, cuando trillaba el trigo en el lagar, y la segunda, la noche en que Dios le pidió el segundo buey. Pero sólo después de haber obedecido a la Voz de Dios recibió la unción del Espíritu Santo”, comenta el Obispo Macedo, quien agrega: “su obediencia provocó la reacción de Dios a su favor. Hasta entonces sólo había recibido promesas, pero tras la materialización de su fe, el Señor le respondió positivamente”.

¿Cuál es tu espíritu?
El ser humano está compuesto de cuerpo, alma y espíritu. Mientras que el cuerpo es lo que vemos y el alma se relaciona con los sentimientos, el espíritu es la mente, es decir, donde están los pensamientos. Y así, es decisivo para la acción del poder de Dios en la vida de alguien. Esto quiere decir que si la persona se acomoda, si considera que no necesita cambiar o si aún alberga creencias negativas sobre sí mismo, el poder de Dios se limita a actuar en su vida.

“El mayor problema de las personas son los pensamientos de inferioridad o prejuicio que tienen sobre sí mismos. Con palabras y pensamientos demoníacos, han construido barreras de acero a su alrededor, y cuanto más confiesan este tipo de pensamientos, más difícil es que estas barreras se rompan, ya que han desarrollado pensamientos e ideas negativas contra ellos mismos. Por eso, llegan a conclusiones necias, pensando que Dios es bueno y grande sólo para los demás. Y esa forma de pensar impide la acción del Espíritu Santo en ellos”, subraya el Obispo Macedo. Por otro lado, cuando Dios encuentra un espíritu fuerte, feroz, audaz y dispuesto a ir más allá de lo común, manifiesta su poder.