Así como existe la curiosidad del mal, también existe la curiosidad del bien, porque Dios dio la curiosidad al hombre, así como todas las facultades humanas. Todo lo que Dios dio como capacidad al ser humano debería ser usado para el bien, pero es posible que sea usado para el mal, como ocurrió en el Jardín del Edén, cuando la serpiente habló a Adán y Eva sobre el fruto prohibido y ellos actuaron de una manera que genera consecuencias hasta hoy.
Desafortunadamente, los seres humanos sienten mucha curiosidad por lo que es malo, cuando deberían sentir curiosidad por lo que es bueno. Recuerdo la famosa frase de Einstein: «Quiero conocer la mente de Dios». Miren que buena curiosidad, porque mientras muchos, como científicos, querían saber sobre el universo, él quería saber qué estaba pensando Dios cuando creó todo esto.
Y, en Jeremías 33:3, Dios dice: “Clama a mí, y yo te responderé y te revelaré cosas grandes e inaccesibles, que tú no conoces”. Así vemos a Dios tratando de estimular la curiosidad para el bien en los seres humanos, guiándolos a pedirle a Él, quien les responderá con cosas grandes e inaccesibles. O sea, cosas que no son mitos, filosofías baratas y pasajeras. Dios nos llama a la curiosidad del bien.
Vamos a un ejemplo cotidiano: cuando tienes conductas que son muy malas para ti y para quienes te rodean y te paras a pensar por qué actúas así, estás utilizando la curiosidad para obtener respuestas y, de esta manera, podrás resolver los problemas. Si reflexionas sobre tus comportamientos explosivos, tu dificultad para perdonar, tu dificultad para prosperar, por ejemplo, estarás usando tu curiosidad para el bien.
Entonces, cuando no sepas la respuesta, pregúntale a Dios y pídele cosas útiles e importantes que necesitas hacer y comprender sobre la vida y la fe. Así, Él te mostrará el camino a seguir ante los conflictos, problemas y dificultades. Después de todo, así como un padre se alegra cuando su hijo viene a preguntarle algo, porque tiene el placer de explicar y enseñar, lo mismo ocurre con nuestro Padre Celestial.
Obispo Renato Cardoso