«Entonces el Señor le dijo a Abram: “Deja tu tierra, tu parentela y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré”» (Génesis 12:1). Y así lo hizo. El ejemplo de fe de Abraham es lo que Dios espera de quienes creen en su Palabra. De lo contrario, cuando la fe no va acompañada de acción, se convierte en algo meramente teórico, filosófico e inútil, carente de valor.
Una relación con Dios implica fe y acción. Por lo tanto, quienes le obedecen son bendecidos, pero quienes no le escuchan maldicen sus propias vidas por esa decisión de no obedecerle. Es simple.
Sin embargo, muchos piensan en Dios como un mago y le hacen una larga lista de peticiones o lo tratan como a un camarero. Quieren sentarse a la mesa, comer lo mejor y quedar satisfechos, pero no quieren obedecer. Así no funcionan las cosas. Dios es el Señor, y si no te colocas en el lugar que te corresponde ante Él, aunque creas, nada cambiará.
Tú, como hijo, sabes que cuando obedecemos a nuestros padres, nos ganamos su respeto, pero cuando rechazamos su autoridad mediante la desobediencia, le desagradamos y, por supuesto, sufrimos las consecuencias de esa rebeldía. Con Dios sucede lo mismo. Él quiere que seas una bendición por ti mismo y que no dependas de ningún otro ser humano. Para que esto ocurra, sin embargo, es necesario seguir los pasos de Abraham, es decir, obedecer sus mandamientos.
¿Qué quieres de Dios? Haz lo que Él te manda y verás bendiciones en tu vida.
Obispo Edir Macedo







