El orgullo es el origen de todos los pecados de la humanidad y el más nocivo de ellos. Fue por su causa que Lucifer perdió la posición de un ungido querubín de la guardia y se volvió el diablo que, más tarde, encontró una manera de plantar esa semilla maligna en el corazón del hombre.

No es casualidad que, constantemente, nos encontremos con personas así: arrogantes, llenas de sí mismas, prepotentes, altivas, que se juzgan superiores a las demás. La convivencia con ellas se vuelve algo muy difícil.

El obispo Edir Macedo deja claro que mientras la humildad es la base del carácter de Dios y de aquellos que nacieron de Él, el orgullo es la base del carácter del diablo y de aquellos que nacieron de la carne.

Lucifer era perfecto, lleno de sabiduría y hermosura, pero dejó que su corazón se llenara de orgullo y deseó ser semejante al Altísimo. Por ese motivo, fue expulsado del cielo.

“Tú que decías en tu corazón: “Subiré al cielo. En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono y en el monte del testimonio me sentaré, en los extremos del norte; sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo.” (Isaías 14.13-14).

Es lo que sucede con muchos que alcanzan el éxito y el poder. Al conquistar una posición de destaque, esas personas comienzan a vanagloriarse y a despreciar a los demás.

El gran problema es que difícilmente la persona orgullosa se reconoce en esa posición. Allí esta la razón de su autodestrucción, ya que si no hay un reconocimiento del error, no hay arrepentimiento. Sin arrepentimiento, no hay salvación.

De acuerdo con el obispo Renato Cardoso, existen solo dos curas para el orgulloso: “humildad y humillación. La segunda generalmente viene después de que usted se rehúsa a adoptar la primera”.

Fue lo que sucedió con Nabucodonosor, rey de Babilonia, cuya soberbia era tanta que ordenó la construcción de una estatua de oro para que todos lo adoraran.

Tiempo después, para quebrantar la altivez del rey, Dios le hizo saber por medio de un sueño – cuya interpretación fue dada por el profeta Daniel –, lo que le sucedería a él y a su reino hasta que reconozca la soberanía del Altísimo.

“Que te echarán de entre los hombres y con las bestias del campo será tu habitación, con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien Él quiere.” (Daniel 4.25).

Sin embargo, antes que esto sucediera, él tuvo la oportunidad de rever sus conceptos, pero no quiso seguir el consejo de Daniel. Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: redime tus pecados con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad.” (Daniel 4.27).

Pasaron doce meses y él continuaba lleno de sí mismo, hasta que la profecía se cumplió y fue expulsado de entre los hombres pasando a vivir como un animal.

Al finalizar el tiempo determinado por Dios recuperó la lucidez y glorificó al Señor, reconociéndolo como el verdadero Rey, que vive eternamente y tiene dominio sobre el reino de los hombres. Así es que fue restituido a su reinado y recuperó la majestad y el poder.

“Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia.” (Daniel 4.37).

Si hubiese sido humilde y hubiese dado oídos al consejo de Daniel, Nabucodonosor habría evitado tamaña humillación. No obstante, fue necesario que fuera humillado delante de todos para que pudiese reconocer su insignificancia delante de Dios.

Comportamiento

Según el psicólogo Alexandre Rivero, la persona soberbia se siente superior a las demás, subestima la capacidad ajena y es incapaz de colocarse en el lugar del otro. Por causa de sus actitudes, pierde oportunidades en las relaciones sociales, ya que las otras personas pasan a evitarla.

“Si usted es una persona que trata mal a las otras haciéndose superior a ellas, ese espíritu no proviene de Dios. Cuidado”, alerta el Obispo Edir Macedo. Vea lo que la Biblia dice: “Antes del quebranto se engríe el corazón del hombre, pero antes de los honores está la humildad.” (Proverbios 18.12).

Pero no se deje engañar, el orgullo puede manifestarse de varias maneras. En algunos individuos es más sutil, pero no menos peligroso.

Tal vez usted sea aquella persona que se atribuye a sí mismo el mérito de todas sus conquistas y realizaciones. Se alaba por las amistades que posee, por los lugares que frecuenta e incluso por considerarse un cristiano ejemplar, que maneja bien la Palabra de Dios. Infla el pecho y se llena de satisfacción al ser elogiado.

O, quien sabe, usted es aquella persona que se considera humilde y tiene orgullo de eso. Si es su caso, lamento informarle que: usted puede llegar a tener otras virtudes, excepto la humildad.

Todo eso caracteriza a una persona orgullosa, que no reconoce la mano de Dios en su vida, en sus conquistas y realizaciones. En lugar de eso, toma toda la gloria para sí misma, olvidándose de que todo lo que tenemos viene de la mano de Dios y de que toda la sabiduría y la capacidad humana son concedidas a nosotros por medio de Él.

Hágase un autoanálisis y vea si no se está dando a usted mismo la gloria que pertenece a Dios. Si así fuese, sepa que está sembrando su propia ruina. “Ningún orgulloso, arrogante, prepotente, autoritario, opresor o  tirano tiene lugar delante del Todopoderoso”, dice el obispo Macedo. Como está escrito: “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes.” (Santiago 4.6).