En el Reino de Dios están incluidos quienes una vez murieron al reino del mundo y resucitaron con Cristo; es decir, aceptaron someterse a su Gobernante mediante la renuncia a sus inclinaciones terrenales y la obediencia a la Palabra. Y una vez que la Soberanía de Dios toma el control de nuestras vidas, sus pensamientos también se introducen en las nuestras, como afirma el apóstol Pablo en las Escrituras: «(…) pero nosotros tenemos la mente de Cristo» (1 Corintios 2:16). Esto significa que, al decidir someternos, no solo estamos de acuerdo con la disciplina del Reino del Altísimo, sino que también consentimos y practicamos su justicia. ¿Y hay una actitud más justa que el perdón?
El Señor Jesús saldó una deuda impagable con la humanidad, una actitud que demuestra su perdón constante. Por ello, cuando los seres humanos perdonamos a nuestro prójimo, demostramos nuestra sumisión a Dios y nuestra pertenencia a su Reino. Es fácil de entender: quien está en el Reino de Dios es capaz de perdonar, porque su Reino es el reino del perdón, de los resucitados, de quienes viven para Jesús y según su voluntad. Por otro lado, quienes niegan la misericordia al prójimo demuestran su yugo al reino del mal, que es odioso y vengativo, y demuestran que están muertos en sus crímenes y pecados.
La diferencia entre quienes viven en el Reino de Dios y quienes viven en el reino del diablo es enorme, y para saber a qué reino perteneces, solo necesitas evaluar tu propia alma. Practica este autoexamen: ¿Estás vivo para Dios y muerto para el diablo, o estás muerto para Dios y vivo para el diablo? Si te sientes herido y te resistes al perdón, sé honesto y arrepiéntete, porque quienes se arrepienten alcanzan el Reino de Dios y el Cielo (Mateo 3:2).
Obispo Edir Macedo