Cuando usted piensa en pasear, seguramente no surgirá en su mente la idea de ir a un cementerio, ¿no es así?

Pero crea, eso ya sucedió conmigo en mi infancia cuando vivíamos en una pequeña ciudad del interior de Minas Gerais en Brasil. Nuestra casa estaba muy cerca del único cementerio de la ciudad, y cada vez que alguien moría la noticia era comunicada a todos los habitantes.

Morían ancianos y enfermos, pero también personas que estaban bien un día y al otro amanecían sin vida. Ví jóvenes morir en el auge de su vigor y hasta niños que aparentemente deberían tener todo el futuro por delante.

Por vivir allí tan cerca, no había como no pensar en la vida y en la muerte. Y no son raras las tardes en las que a veces atravesaba la calle y entraba en el cementerio para dar un paseo.

La profundidad del silencio marcaba mi caminata entre las tumbas, viendo fotos tan bonitas y con epitafios tan llenos de sabiduría y filosofía. ¡Cada persona allí tenía una historia, pero, siendo ella hermosa o fea, estaban allí!

En la entrada veía los mausoleos familiares y las tumbas más bellas, adornadas con mármoles y estatuas de bronce. En el centro del cementerio estaban las tumbas comunes, y bien en el fondo, estaban los más pobres, que apenas tenía una plaquita con el nombre y fecha de nacimiento y muerte de la persona.

Dos verdades quedaban evidentes allí: la condición social y el prestigio pueden separar los restos mortales, pero no ahorrarse el sufrimiento y mucho menos de la muerte.

La tumba de los niños también se destacaba de las demás y me conmovía, pues no entendía el motivo de que ellos se hubieran ido tan pronto. Sin embargo, vi la realidad pura y dura: no hay elección ni siquiera un aviso previo de cómo y cuándo llegará la muerte.

Otra situación que me chocaba era ver las tumbas abandonadas, llenas de matorral y suciedad. ¿Cómo podía alguien que un día fue tan querido e incluso recibió con las lágrimas de dolor y pesar por su ida, ahora estar allí olvidado? Sin familiares, sin amigos, sin nadie al menos para sacar la suciedad que se juntaba sobre las marcas de su existencia en este mundo.

Aprendí que, por más importante y solicitado que usted sea, al morir será sucedido por otro, y, poco a poco, va siendo olvidado.

En este mundo desapareceremos y nuestro nombre se mezclará con otros millones registrados en las esquelas. Él no puede ofrecer nada más allá.

Por lo tanto, no tenemos elección, estamos todos en una cuenta regresiva.

Nuestros días acaban aquí, pero nuestra alma es inmortal y continuará viviendo para siempre.

Todos están preparados para disfrutar y relajarse en este mundo, pero tan pocos están preparados para vivir su último día de vida…

Entonces, para que alcances la excelencia de la vida, que es la Vida Eterna, revise sus prioridades y cambie sus perspectivas en relación al futuro.

Vivirán con Dios aquellos que han tenido aquí placer en vivir con Él. Nadie entrará en el cielo por accidente de recorrido o fruto del azar, sino por una sabia decisión de entregarse a Cristo.

Hasta la próxima semana.