El ser humano tiene una enorme capacidad de equivocarse con respecto a sus verdaderos problemas. A veces,  trata una cuestión de trabajo o algo relacionado con su círculo de amistades como algo grave, cuando en verdad trae en su interior necesidades más urgentes. 

Nicodemo vivió esa situación. El era un hombre extremadamente conocedor de los Preceptos Divinos y celoso en practicarlos. Tenía  una condición financiera e intelectual privilegiada también. Era uno de los 70 miembros del Sindicato Judío, la suprema corte religiosa de la nación. A los ojos de cualquier persona, Nicodemo estaba con su pasaporte sellado para el cielo. El llegó hasta Jesús elogiándolo por su señales, pero nuestro señor no le dio la menor importancia a lo que él decía y fue directo a su problema. 

Nicodemo había buscado al Salvador de noche, que le daba anonimato. Pero, la oscuridad nocturna no se comparada con la que él tenía dentro de su propia alma. 

No era suficiente reconocer a Jesús como maestro, viniendo de parte de Dios, y ni toda la vida religiosa devota. Como fariseo, Nicodemo acostumbrada a ayunar regularmente; daba su diezmo de todo; hacía sus generosas ofrendas y muchas oraciones. Pero, el señor Jesús sabía que nada de aquello era suficiente, pues él necesitaba una transformación interior llamada nuevo nacimiento. Esto porque solamente ese nacimiento de lo Alto abre las puertas del reino de Dios para el hombre. Por lo tanto, sin él, los cielos están cerrados, mismo para aquellos que son fieles a los principios, reglas, sistema religioso o tienen buena índole, buen carácter, etc. 

Nuevo nacimiento significa un cambio de adentro hacia fuera, implica tener un nuevo corazón, nueva mente, nuevo nombre, nueva familia, nueva patria, nuevos deseos, nuevos gustos, nuevos temores, nuevas preferencias. Es decir, la vida que tiene origen en el cielo pasa a estar en quien nació de Dios. Entonces como esa persona nació allá arriba, ella pertenece Altísimo, y el cielo pasa ser su destino final. 

Hay muchas personas como Nicodemo en las iglesias, que se desvían de la mayor prioridad de su alma. Ellas se satisfacen con los conocimientos bíblicos, milagros, aprobación humana y toda suerte de religiosidad que masajea su ego y engaña al ser humano. 

Aunque sea duro de oír, voy a decirlo, porque creo que solamente la verdad libera: quien no nació de Dios, está vivo para este mundo y, por lo tanto, muerto para Él. Infelizmente, esa realidad solo será descubierta y reconocida por muchos cuando se enfrenten a sus desiertos, o cuando tengan que descender al polvo, humillados por causa de una situación. 

Con estas palabras, yo espero que esta reflexión toque en en ti que todavía no viviste la mayor experiencia de transformación para el alma y que, en breve, tú seas un recién nacido de Dios. De lo contrario, no podrás ver ni entrar en Su Reino en la eternidad.