De vez en cuando, las redes sociales y los medios de comunicación presentan casos donde lo espiritual eclipsa el mundo natural. Informes recientes abarcan desde estudiantes de una escuela en Brasil que habrían hechos «juegos con lo oculto» y provocaron un brote colectivo de histeria y desmayos, hasta un hombre que, según se informa, sufrió convulsiones durante la proyección de la película El Conjuro 4: El Último Ritual en Estados Unidos.
Muchos afirman que jugar con lo desconocido y disfrutar de películas y series que exponen el mundo espiritual abren la puerta al mal, ya que nuestros ojos son responsables de iluminar o no el alma (Mateo 6:22-23). Sin embargo, estas puertas pueden crearse de una manera aún más sutil.
Amuletos y costumbres normalizados
Algunas personas buscan un trébol de cuatro hojas en su jardín, creyendo que al encontrarlo es señal de buena suerte. Otras tocan madera tres veces para alejar la mala suerte. Algunas consultan religiosamente su horóscopo o se hacen una carta astral, siguen la numerología o prueban suerte con las cartas del tarot. Algunas saltan siete olas en Nochevieja en busca de buena energía o comen doce uvas debajo de la mesa para encontrar a su alma gemela. Algunas se niegan a pasar por debajo de una escalera o temen romper un espejo, porque todo esto les traería mala suerte.
Otro problema es la normalización de actitudes que antes eran inimaginables. Actualmente, por ejemplo, se ha vuelto normal hacer una fiesta para festejar un divorcio, consumir drogas consideradas recreativas y escuchar música con letras que abordan temas inapropiados. Mientras que lo anormal se percibe como normal, lo normal se tacha de incorrecto o anticuado: mantener un matrimonio exitoso, no consumir sustancias nocivas o no seguir las canciones de moda son decisiones que resultan extrañas.
El peligro
Quizás no lo creas, pero existen puntos de contacto que pueden servir de canal hacia el mundo espiritual y generar tanto el bien como el mal. En Hechos 19, se relata que se enviaron trozos de las vestiduras del apóstol Pablo a personas que, mediante la fe, fueron sanadas y liberadas de espíritus malignos. En 2 Reyes 2:23-25, se describe que incluso las bromas tienen un efecto: los muchachos que se burlaron del aspecto de Eliseo fueron rápidamente devorados por dos osos.
¿Qué hay detrás de todo esto?
La búsqueda de señales y rituales para controlar la propia historia, que conduce a una desviación de la verdadera fe y a la pérdida de la protección espiritual, es una costumbre profundamente arraigada en la humanidad. Cuando uno «juega» con amuletos o rituales, en realidad está transfiriendo la confianza que debería residir exclusivamente en Dios a objetos y prácticas. Asimismo, quien acepta lo inaceptable, aunque sea como un juego o con la justificación de que «los tiempos han cambiado», contradice las enseñanzas de la Palabra de Dios y se vuelve más propenso a aceptar esta distorsión de valores y creencias como realidad.
Los atenienses, por ejemplo, creían en todo lo que se les presentaba. «Siendo algo supersticiosos» (Hechos 17:22), habían construido altares a diferentes dioses, incluyendo al «dios desconocido» (Hechos 17:23), pero estas múltiples creencias eran inútiles si no conocían al único Dios, se arrepentían de sus supersticiones y creían solo en Él (Hechos 17:23-30).
Una alerta
¿Sabes cuándo dicen que los niños necesitan aprender jugando para retener lo aprendido? Eso es precisamente lo que hace el diablo. Utiliza juegos, supersticiones, elementos y la normalización del error como resquicios para operar en la vida de los distraídos. Por eso, en Colosenses 2:8, se nos advierte:
«Tengan cuidado de que nadie los engañe con filosofías y vanas sutilezas, según las tradiciones humanas y los principios del mundo, y no según Cristo».
Para evitar estar a merced de la suerte o la desgracia, solo hay un camino: conocer a Dios y creer en Él sin reservas ni distracciones. Por consiguiente, esto también implica abandonar las supersticiones, mantenerse vigilantes para no caer en juegos que normalizan las oportunidades para que el mal actúe, leer y meditar en la Palabra de Dios, obedecer sus enseñanzas y vivir en santidad.







