En el pasado, los cristianos fueron martirizados por negarse a inclinarse ante los dioses y los ideales de este mundo. Hoy no es diferente. Escuchar la Palabra de Dios es lo mismo que ir contra el curso de enemistad hacia Él que sigue la humanidad, y cuando nos rendimos a la obediencia a Él, entonces instantáneamente nos volvemos sujetos a sufrir tribulaciones.
Pero, contrariamente a lo que muchos imaginan, pasar por aflicciones no significa atraer maldiciones o desgracias, al contrario: son necesarias para el crecimiento espiritual y la maduración de la Fe de quien cree. Quienes verdaderamente han nacido de Dios tienen esta consciencia, como afirma el apóstol Pablo: «[…] pero también nos gloriamos en los sufrimientos, sabiendo que el sufrimiento produce paciencia; la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Romanos 5:3-5).
Dios mismo permite que Sus Hijos sean perseguidos, porque a quienes tienen una Fe basada en la obediencia a Su Palabra se les concede la paz y la convicción de que, al final, la recompensa es eterna y mucho mayor que cualquier dolor que suframos en esta Tierra. Esto incluso está registrado en Mateo 5:12: “Regocijaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”.
Por eso, si has estado viviendo días difíciles a causa de tu Fe, no dudes en seguir obedeciendo a Dios, porque “todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán […]” (Deuteronomio 28:2).
Obispo Edir Macedo