¿Alguna vez has notado que siempre vas hacia dónde miras? Haciendo una evaluación inicial esto queda claro, ya que nadie camina de un lugar a otro sin mirar su destino final. Pero esto también se aplica en otras situaciones. Por ejemplo, antes de ir al cajero a pagar algo, primero miras el producto en la góndola, si eres diabético y ves ese delicioso postre, posiblemente se despierte tu deseo y lo consumirás cumpliendo tu deseo. Son situaciones que pueden parecer obvias, pero revelan una verdad indiscutible: siempre terminas yendo hacia donde miras, sin importar si trae resultados positivos o negativos.
Cuando miramos algo le ponemos foco y fuerza eso ocurre no sólo en relación a los caminos que seguimos, sino todos los ámbitos de la vida.
Por ejemplo: si empiezas a mirar demasiado a una persona, ¿qué pasará? Muchas veces la persona no tiene intención de traicionar, sino que va a trabajar y empieza a acercarse mucho a otra persona, la mira mucho, le habla y le presta mucha atención y las miradas se encuentran. Dentro de poco estarán engañando a tus respectivos cónyuges. ¿Por qué? Porque se miraron el uno al otro. No por casualidad, Jesús afirmó que, si un hombre mira a una mujer y la codicia, en su corazón ya ha cometido adulterio (Mateo 5:28).
Con estas palabras Jesús no quería ser extremadamente estricto y castigar a los hombres, pero estaba evitando un problema más grave al saber que los hombres y las mujeres se sienten atraídos fácilmente por la apariencia. Entonces evítalo. Si quieres tener un buen matrimonio, debes volver la mirada hacia tu cónyuge. Si miras fuera de tu matrimonio, ahí va tu esfuerzo y ahí va tu admiración.
Centrarse en lo más importante
Está claro, entonces, que la persona debe mirar y centrarse en lo que le trae beneficios y tener cuidado de no dejarse hipnotizar por lo que podría perjudicarle.
Pero es fundamental recordar que el mismo comportamiento debe adoptarse espiritualmente, el propio Señor Jesús habló de esto varias veces: Jesús nos hizo imaginar el Cielo, nos hizo mirar el Cielo. El cristiano que no mira el Cielo, que no piensa en el Cielo todos los días, acaba tropezando. , cediendo al pecado, porque quitó los ojos del Cielo. Piensas en las cosas de la tierra, en las de abajo, y no piensas en las de lo alto. Quien es de Dios piensa en las cosas de arriba, tiene sus ojos espirituales en lo alto. Donde miras es hacia dónde vas.
¿Para dónde has mirado?
Otro ejemplo de la importancia de mirar al Cielo lo vemos en Marcos 8,23-25: “Y tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea; y escupiéndole en los ojos, imponiéndole las manos, le preguntó si veía algo. Y alzando sus ojos, dijo: Veo hombres; porque los veo como árboles que caminan. Después de esto, volvió a ponerle las manos sobre los ojos y le hizo mirar hacia arriba; y quedó restablecido, y los vio todos claramente”. Note que Jesús hizo que el ciego mirara hacia arriba. Mientras miraba hacia los hombres, no había solución, pero cuando miró hacia el cielo, recibió el milagro. Este caso demuestra que todo lo que el hombre recibe es dado por el Cielo, como enseña la propia Biblia en Juan 3.27.
Mirar al Cielo es vivir por fe y buscar diariamente estar con la vida en el centro de la Voluntad de Dios, negándose a sí mismo y alejándose del pecado. Pregúntate todos los días: “¿dónde o a quién he estado mirando? ¿Qué he puesto ante mis ojos? Luego evalúa qué debes quitar de tus ojos, que es todo lo que te aleja del objetivo, que es la eternidad con Dios, la Salvación. Tus ojos guiarán tus pies. Ten cuidado hacia donde miras. Levanta tus ojos al Cielo, continúe hacia el objetivo y sé una bendición.
Obispo Renato Cardoso