La alegría de las conquistas materiales ha causado una verdadera sensación de bienestar. La relación con Dios parece estar al día. El fiel se siente más animado, más estimulado en la fe e incluso propenso a hacer la Obra de Dios.

Pero cuando las tribulaciones comienzan a dar señales, la alegría le da lugar a la tristeza, la euforia se enfría y la fe le da chance a las dudas y a los lamentos. La disposición de servir a Dios se apaga.

En este momento, su confesión de fe es juzgada. La cruz y el mundo se quedan esperando hacia dónde va a inclinarse. Y es justamente entonces que se define el tipo de fe que se tiene.

Dios no nos ha dado fe solo para el éxito espiritual y material, sino también para los supuestos fracasos. En el mundo de la energía sobrenatural, todo coopera para bien, tanto las ganancias como las pérdidas.

A fin de cuentas, quien vive en la dependencia del Espíritu Santo ya murió para este mundo. Las luchas y sinsabores enfrentados en la Tierra forman parte del aprendizaje del vivir la vida por la fe.

Salomón es un gran ejemplo de los daños causados por la ausencia de tribulaciones. Nació para reinar sin ningún problema. Y, por haber conquistado el corazón de Dios, se tornó el más sabio de la Tierra. Fue poderosamente rico, no había nada que su alma deseara y no fuera satisfecha.

Ni enemigos tenía. Llegó al punto de enviarle una carta al rey de Tiro diciéndole:

Mas ahora el SEÑOR mi Dios me ha dado paz por todas partes; no hay adversario ni calamidad. 1 Reyes 5:4

La historia registra que la ausencia de problemas se convirtió en el mayor y más grave adversario de Salomón. La sensación de felicidad puede tornarse un enemigo mortal, ya que impone relajamiento en la fe y, consecuentemente, frialdad espiritual.

Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Mateo 26:41