2º Día del Ayuno de Daniel
El nacimiento del hijo de Dios no sucede mediante interferencia humana. Ni iglesias, ni doctrinas y mucho menos el vasto conocimiento bíblico hacen posible nacer de Dios. El nacimiento del Espíritu Santo es obra exclusiva de Él. La forma en la que Él opera ese milagro sigue la misma de la generación de Jesús.
María le preguntó al ángel cómo iba a ser generado Jesús en ella si no había tenido ningún contacto con un hombre. Al igual que ella, la mayoría de las personas ha creído que se nace de Dios por el hecho de haber aceptado a Jesús como Salvador y haber sido bautizada en las aguas. A pesar de ser una doctrina cristiana, aun así es insuficiente para el nuevo nacimiento prometido.
El ángel le respondió:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con Su sombra.» Lucas 1.35
De la misma forma en la que Jesús fue generado en el vientre de María, también los hijos de Dios son generados por el Espíritu Santo, es decir, Él los envuelve con Su sombra. En ese momento, hay mucho llanto. Primero, de tristeza por los pecados cometidos, ya que el Espíritu los convence de eso. Y, al sentirse completamente perdida, la persona busca quién puede salvarla. Y, otra vez el Espíritu Santo señala al Salvador.
En ese mismo instante, la persona se rinde al Señor Jesús con todas sus fuerzas, con todo su corazón y entendimiento. Desde ese momento, el llanto de tristeza se transforma en gozo y alegría indescriptibles. A partir de entonces, la persona pasa a tener el carácter Divino para vivir en novedad de vida.
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