Uno de los discursos más fuertes del apóstol Pablo se encuentra en el capítulo 17 del libro de los Hechos. Pablo llega a Atenas, Grecia, que era la flor y nata de la nobleza del conocimiento, la sabiduría y la filosofía de la época, pero queda sumamente impactado por el nivel de idolatría que encuentra en la ciudad. Comienza diciendo: “Varones atenienses, en todo os veo un poco supersticiosos”. ¿Cómo podrían personas tan inteligentes atribuir poder a un objeto construido por manos humanas?
Luego habló: “Como somos generación de Dios, no debemos pensar que la divinidad es similar al oro, la plata o la piedra tallada por el artificio y la imaginación de los hombres”. Nuevamente, Pablo llama a los griegos a la inteligencia. Si somos creación de Dios y con nuestra inteligencia forjamos una imagen, no tiene sentido atribuir divinidad a algo que creamos con nuestras propias manos.
Continúa diciendo: “Pero Dios, sin considerar los tiempos de la ignorancia, manda a todos los hombres que se arrepientan, porque ha determinado un día en el cual juzgará al mundo con justicia por medio del varón que designó, y de éste dio certeza, a todos, resucitarlo de entre los muertos”. Pablo llamó a esos hombres a la conciencia y a la responsabilidad, diciendo que Dios no tomaría en cuenta sus tiempos de ignorancia, pero estos tiempos estaban llegando a su fin, ya que él había llegado allí con la Verdad.
Dios ha determinado un día en el que, con justicia, juzgará al mundo por medio de Jesús. Ver que hay tantas cosas mal en el mundo que te hace pensar: “¡Dios mío, qué mundo más injusto!” Este sentido de justicia no proviene del polvo, sino de nuestro Creador. Un día Él juzgará al mundo y veremos cada cosa en su lugar.
Por eso la Palabra llama al arrepentimiento. Sin arrepentimiento no hay perdón y sin perdón nadie quedará en pie en el Día del Juicio. Necesita arrepentirse y creer en Jesús, el único que puede limpiar su historial ante Dios. Si mueres así, puedes estar seguro de que este será un día de alegría, porque finalmente verás que se hace justicia.
Obispo Renato Cardoso