En la Semana Santa se recuerda el sacrificio de Jesús, un acontecimiento que fue precedido por preciosas lecciones.
El Señor Jesús vino al mundo para salvar a la Humanidad. Esta misión implicó momentos de vergüenza, dolor y rechazo, que culminaron en su muerte, a través de la cual cargó con nuestros pecados. Al resucitar de entre los muertos, Jesús nos concedió, en su Nombre, la victoria sobre la muerte eterna.
Por esta razón, la última semana de Jesús en la Tierra, conocida como Semana Santa, es el período más importante del calendario cristiano. Comenzó con la entrada triunfal del Mesías en Jerusalén, montado en un burro. En esa ocasión, la gente extendía sus mantos a lo largo del camino formando una alfombra para que Jesús caminara y lo saludaban con ramas de árboles (Mateo 21:1-11) y, por esta razón, el evento se llama Domingo de Ramos.
Momentos memorables
A pesar de saber que esa semana sería la semana de su crucifixión, el Señor Jesús aprovechó cada momento para promover el Reino de Dios. Expulsó del Templo a los cambistas que comerciaban en aquel lugar santo, enseñó sobre el Reino de los Cielos y su justicia y preparó a sus discípulos para el futuro.
Sin embargo, desde su entrada triunfal hasta el día de su muerte –que se conoce como viernes Santo– y su Resurrección, tres días después, el domingo de Pascua, el Señor Jesús dejó valiosas lecciones para todos nosotros. Vea algunas de ellas a continuación.
La última cena

Si supieras cuando serán tus últimos días de vida, probablemente te reunirías con tus seres queridos. Esto es lo que hizo el Señor Jesús: reunió a sus discípulos y preparó una cena para todos (Lea Juan 13).
En aquella última comida, en vísperas de su crucifixión, compartió el pan –que simbolizaba su cuerpo, que sería entregado como sacrificio vivo en la cruz– y la copa de vino –que simbolizaba su sangre derramada por nosotros–. Él reveló que sería traicionado por uno de sus discípulos y lavó los pies a todos, dejando claro lo que esperaba de cada uno de ellos: que se sirvieran unos a otros con amor, porque al hacerlo, todos reconocerían que eran sus discípulos.
Oración en Getsemaní

Después de la Última Cena, el Señor Jesús fue con sus discípulos al Huerto de Getsemaní. Allí advirtió a sus discípulos que velaran con Él en oración y sintió una profunda tristeza por lo que estaba por suceder. En la oración, el Mesías pidió a Dios que, si era posible, apartara aquella “copa” de Él, pero que, por encima de Su voluntad, se hiciera la Voluntad de Dios. Momentos después, Judas llegó y lo besó en la mejilla, indicando a los soldados que lo acompañaban que éste era el Mesías. Jesús fue traicionado, pero no reaccionó. Por el contrario, sanó a uno de los soldados que había sido herido por Pedro y reprendió al discípulo, ordenándole que guardara la espada, porque todo el que toma espada, a espada perecerá (Mateo 26.52).
Crucifixión

Después de ser juzgado, Jesús escuchó a la misma multitud que anteriormente lo había saludado pedir su arresto y la liberación de Barrabás. Recibió una corona de espinas y llevó su cruz hasta el lugar de la crucifixión, donde fue clavado en sus manos y pies. Jesús soportó golpes y azotes que desgarraron su carne (Isaías 50:6). Es crucial recordar Su sacrificio y reconocer que nuestros pecados le causaron sufrimiento. Mientras tanto, Jesús oraba al Padre para que perdonara a sus atacantes, porque no sabían lo que hacían (Lucas 23:34).
Resurrección

El Señor Jesús venció la muerte y resucitó al tercer día. En sus notas bíblicas, el obispo Edir Macedo aclara que, aunque el Señor Jesús realizó milagros y dio un ejemplo de vida extraordinario, solo su sacrificio podría perdonar los pecados del mundo: “Con la muerte del Cordero de Dios, se cumpliría la Ley, es decir, se expiaría el pecado y se concedería la justicia y la salvación a los que creyeran en su nombre”.