En Génesis 2, leemos que Dios “formó al hombre del polvo de la tierra, lo formó a su imagen y semejanza”. Entonces, Dios “sopló en él aliento de vida”, es decir, no hay posibilidad de que muera y desaparezca de la faz de la Tierra y de la eternidad. Su alma es eterna, pero ¿dónde vivirá después de dejar tu cuerpo?

Dios le dio al hombre el privilegio de disfrutar los beneficios de la vida que Él creó. Creó el aliento de vida, hizo del hombre un alma viviente y luego hizo crecer de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer. Luego hizo el Árbol de la Vida y lo colocó en medio del huerto, así como el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, que es el árbol de la muerte, y también puso allí al hombre.

Adán y Eva probaron el fruto por curiosidad y se les abrieron los ojos para poder ver el mal. A partir de entonces la tierra quedó maldita. Entonces apareció la figura de la muerte que no existía y ¿qué significa esta muerte? Significa separación. Cuando una persona muere, en realidad, queda separada de la vida.

Ahora es posible entender por qué es necesario tener el Espíritu Santo. Cuando el hombre desobedeció a Dios, murió y se separó de Dios. Y, separado de Dios, ¿quién puede vivir? No hay como. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”, por lo tanto quien está en Jesús está en la vida y quien no está en Jesús está en la muerte.

Estábamos separados de Dios, muertos en nuestros pecados, pero cuando encontramos a Jesús, Él nos dio el derecho de tomar posesión de la vida nuevamente. Para ello es necesario que nos entreguemos a Él, obedezcamos Su voz y sigamos Su Palabra.

La vida que vivimos en la Tierra es una representación de lo que viviremos en la eternidad. Si tienes la convicción  dada por el Espíritu Santo de que Él está en ti, entonces tienes la certeza de que vivirás la eternidad con Dios. Pero si no existe tal convicción y mueres, estarás eternamente separado de Dios.

Obispo Edir Macedo