A muchos que estaban reunidos en la presencia de Dios, listos para oír la Palabra, Pedro comenzó a decirles que Dios no hacía acepción de personas, y que cualquiera que fuese justo, o sea, que viviese por la fe, sería aceptado.

Dijo también que Jesucristo era el Señor y que había sido ungido con el Espíritu Santo y Poder para curar y liberar a los oprimidos por el diablo. Que Él había muerto y resucitado al tercer día, y que por medio de Su Nombre, todo aquel que en Él creyera recibiría la remisión de pecados.

Fue diciendo esas cosas que el Espíritu Santo fue derramado sobre todos los que oían la Palabra. Todavía no habían sido bautizados en las aguas. Pero fueron bautizados en el Espíritu Santo, lo que prueba que no solo oyeron, sino que también aceptaron de manera sincera y verdadera a la Palabra de Dios.

La obediencia a la Palabra viene después de la aceptación de la misma. Yo acepto y obedezco; si no obedezco, es porque no acepté.

¿Cuántas personas ya se bautizaron en las aguas varias veces, y aun así no fueron bautizadas con el Espíritu Santo?

El bautismo en las aguas sin la aceptación de la Palabra de Dios no es válido. El Espíritu Santo no necesita una regla para ser derramado, sino una entrega total y completa de vida en el Altar, a través de la obediencia.

Nosotros estamos viviendo el Ayuno del Espíritu Santo, momento propicio para estar más sensibles a la Palabra de Dios, no solo para oírla, sino también para obedecerla.

Una vez que usted se entregue 100% a Él, en la misma proporción y en la misma intensidad, Él Se entregará 100% a usted a través de Su Espíritu.

Mientras Pedro todavía hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían la Palabra (…) Entonces Pedro respondió: —¿Acaso puede alguno negar el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo, igual que nosotros? Y les mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Hechos 10:44; 46-48