Así cómo es posible vivir con una persona y no tener ninguna intimidad con ella, también es posible experimentar algo similar con Dios. Prueba de ello es que muchas mujeres han asistido a la iglesia durante años, pero no lo conocen. Además, tienen una imagen distorsionada de quién es Él e incluso tienen una mala opinión de Él. Y lo peor es que estas mismas mujeres comparan su vida con la de otras, que llevan menos tiempo en la iglesia pero que parecen estar desarrollándose más, mientras que ellas, por más trabajadoras que parezcan, siguen estancadas en todos los aspectos, especialmente en el espiritual. ¿Cómo es esto posible?
La conocida parábola del hijo pródigo, contada por el mismo Señor Jesús y descrita en el evangelio de Lucas 15,11-32, retrata bien esta situación cuando observamos la reacción del hermano mayor. Cuando llegó y se enteró del motivo de toda la fiesta, no quiso entrar. El padre salió e insistió a su hijo mayor a entrar y celebrar, pero el hijo se quejó: «Mira, todos estos años te he servido y nunca transgredí tu mandato, y sin embargo nunca me diste un cabrito para celebrar con mis amigos. Pero cuando vino ese hijo tuyo, que ha devorado tus bienes con rameras, has matado para él el becerro cebado” (Lucas 15:29-30).
Inseguro
Esto suena como la queja de un niño malcriado que está celoso de su otro hermano, ¿no? Su reacción ante la actitud de su padre ante el regreso de su hijo reveló que, a pesar de haberse quedado, estaba tan mal como su hermano cuando se fue. Como primogénito, se quedó, tal vez porque sabía que toda esa herencia algún día sería suya, y trabajó duro, esperando la recompensa de su padre, es decir, su atención estaba sólo en lo material, en lugar de preocuparse por tener una relación con él. Esto responde a la pregunta del principio de este texto. A pesar de estar en la iglesia, aparentemente haciendo todo bien, muchas mujeres sólo se preocupan por las bendiciones materiales que puedan recibir.
Viviane Freitas explica que “la reacción de este hijo que se quedó en la casa del Padre es como la de una persona que sigue buscando a Dios, pero, en vez de desarrollar su vida con Él, se queda atrofiada, falta de recursos y no se desarrolla espiritualmente porque está en la casa del Padre, sintiéndose perfecta y, por tanto, no hay ejercicio de la fe”. Ejercitar la fe significa desarrollar una relación con Dios, ver los propios errores, trabajar en el carácter y depender de Él. Esto es lo que permite a una persona superar sus inseguridades, al descubrir su valor en Dios. Sin embargo, si la relación con el Todopoderoso no se desarrolla, lo que queda es la inseguridad en relación a uno mismo y a los demás.
Quizás usted, mujer, hasta ahora sólo has sido una frecuentadora, pero aún tienes dudas, inseguridades y miedos en tu interior. Si quieres cambiar esto, exponte ante Dios, practica lo que Él dice en Su Palabra y conviértete en la mujer que se regocija en Su Voluntad.