El Texto Sagrado define a Nicodemo como uno de los principales fariseos, un hombre de carácter ejemplar y respetado por el pueblo (Lea más en Juan 3). Sin embargo, lo que llamó la atención de Dios no fue su reputación, sino su pureza, transparencia y sinceridad. Esta es nuestra primera lección: el Todopoderoso busca a los sinceros.
El Señor Jesús declaró en Juan 14:6: «…nadie viene al Padre sino por mí». En otras palabras, es Dios Padre quien nos envía a su Hijo, y no envía a cualquiera, sino solo a los humildes, como niños. Nicodemo tenía esta característica: las Escrituras revelan que no solo quería curarse de la lepra. Estaba interesado en aprender de Jesús y ver el Reino de Dios. Para que esto fuera posible, el Señor Jesús dio el siguiente consejo en Juan 3:5: «…De cierto, de cierto te digo, que el que no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios».
En otras palabras, para entrar en el Reino de Dios, hay que morir al mundo. Sin embargo, esta muerte no es física; es como un divorcio: es separarse de la vida equivocada, de las amistades inapropiadas y de las acciones que nos distancian de Dios. Al tomar esta decisión, naces de nuevo como una nueva criatura mediante el bautismo con el Espíritu Santo y te haces apto para formar parte de su Reino.
Si te interesan las cosas de Dios, es porque el Padre te envió a Jesús. Y si el Señor te ha elegido, se te revelará, pero para ello debes separarte del mundo. Si este es tu deseo, Jesús te encontrará para llenarte del Espíritu Santo, y entonces dentro del Reino de Dios, lo conocerás.
Obispo Edir Macedo