En el pasaje del Evangelio de Lucas 11,5, el Señor Jesús contó la parábola de un muchacho que molestaba a un amigo y al preguntar insistentemente obtuvo una respuesta. Con esta comparación afirmó que, cuando pedimos, se nos da y, cuando buscamos, encontramos, porque el que pide recibe y el que busca encuentra. Jesús nos transmitió esta enseñanza, de forma natural, sobre el poder de orar y pedir con insistencia. A través de esta parábola, incluso habló del acto de importunar a Dios a través de la oración, no para que Dios sea importunado, sino para que los seres humanos comprendan la importancia de perseverar en sus oraciones. Nunca he conocido a una persona que afirmara que necesitaba orar menos, sino que, por el contrario, necesitaba orar más, arrodillarse, derramar sus angustias y preocupaciones ante Dios y pedir guía, luz, protección y liberación.
Sin embargo, uno de los errores del ser humano es no orar más y querer vencer con la fuerza de su brazo. Cuando oramos, Dios no lo considera una importunidad, sino un signo de dependencia, como un hijo se dirige a su padre para preguntarle qué debe hacer. De hecho, lo que ha estado matando familias es el silencio de los niños y la falta de diálogo y convivencia.
Lo mismo sucede con Dios: las personas muchas veces no se inclinan ante Él, quizás porque no quieren molestarlo o porque tienen la sensación de que Él ya sabe todo lo que necesitan. Sin embargo, el Señor Jesús nos enseñó a orar como una forma de ejercer la fe y demostrar humildemente que lo necesitamos.
El caso es que para muchas personas el orgullo es mayor que la necesidad, pero cuando la necesidad se vuelve mayor que el orgullo, entonces no les importa lo que piensen de ella, sino solucionar su problema.
La oración es un acto de humildad, reconocimiento, fe y dependencia, todo esto agrada a Dios. El Señor Jesús, aunque era Hijo del Dios Altísimo, se retiraba a orar y todos podemos practicar esto. Puede hacerlo en cualquier lugar, en cualquier momento, sin pagar nada. Dios está ahí, disponible para escucharte y guiarte. Todo lo que tienes que hacer es humillarte ante Él y decir: “Padre mío, en el Nombre de Jesús, te pido, escucha mi oración ahora”.
Obispo Renato Cardoso