La mujer fue creada por Dios con el propósito sublime de ser una auxiliadora y compañera del hombre. En la sociedad actual, este término ganó un sentido despectivo. Sin embargo, en el contexto sagrado, la palabra que consta en los manuscritos del Antiguo Testamento, “ezer kenegdo”, se refiere a una “ayudadora idónea” o “alguien que lo auxilie y le corresponda”. Frente a eso, este término jamás debería ser comprendido como referencia a un ser inferior o simplemente una prestadora de servicios al sexo masculino. En algunos pasajes bíblicos, este mismo término se utiliza para describir las características del Propio Dios, tan grande es su importancia. Pero la mujer se alejó del propósito de su creación y por muchos años vivió subyugada y humillada en una sociedad que no entendió la Voluntad de Dios.

Por siglos, la mujer fue excluida y marginada, no teniendo voz ni libertad para casi nada. En la mayoría de las culturas, ni siquiera eran alfabetizadas. Un hecho que nos ayuda a entender mejor esta situación es que hubo un tiempo en que era demérito para un hombre hablar en público con una mujer. Su función era reducida a la procreación y al cuidado de la casa. Dentro de esa realidad, muchas sufrieron abusos verbales, psicológicos y físicos.

En este contexto que, para redimir la mujer de manera admirable, el Altísimo envió a Su Hijo para nacer justamente de una joven. Un proyecto extraordinario que ni siquiera la mente más brillante podría imaginar. El Todopoderoso le dio una madre en el plano humano. Si en el ámbito espiritual el Salvador tenía solamente Padre, en el ámbito terreno Él tuvo apenas madre. De esa manera, Dios honró y elevó a la mujer nuevamente al lugar de respeto y dignidad. Aunque el Señor Jesús fue generado por Obra del Espíritu Santo, o sea, sin el óvulo de María y sin el espermatozoide de José, fue la sangre de ella que nutrió el embrión todo el tiempo. Sus senos amamantaron y sus brazos acogieron el Maravilloso bebé.

Eso quiere decir que, si a través de una mujer entró el pecado en la humanidad, a través de otra mujer, nacería Aquél que aplastaría la cabeza de satanás, la serpiente.

Nadie, valoró, honró y trató tan bien a las mujeres como el Señor Jesús. Lo vemos por medio del cuanto Él las benefició. El Salvador curó la mujer hemorrágica, la mujer encorvada, resucitó el hijo de la viuda de Naim, evangelizó la mujer samaritana, atendió el pedido de la mujer cananea, libró de la muerte la mujer adúltera, liberó de los espíritus malignos a María Magdalena, además de tantos otros ejemplos. Y, aun ante todo, el género femenino siguió con su identidad deformada, pues, si antes la mujer se sentía inferior al hombre, hoy muchas se sienten superiores. Esto significa que, incluso cambiando su posición, permaneció fuera de la función que el Creador le asignó. La competencia dentro del hogar y en el mercado de trabajo, ha generado consecuencias desastrosas para su personalidad.

Ha sido común ver a las mujeres hablar palabrotas, vivir en borracheras y en la promiscuidad. Además de, frecuentemente estar en compañía de hombres, muchas veces, hasta desconocidos, simplemente por placer sexual. Se suma a eso que la vestimenta femenina está cada día más vulgar e insinuante, de manera que es casi imposible que un hombre vea y valorice a la mujer más allá de sus dotes físicos. A menudo los medios de comunicación han mostrado que, en los bailes funks, muchas jóvenes van incluso sin bragas para facilitar las relaciones sexuales. Después de todo esto, no son pocas que se sienten como una mercancía, usada y luego descartada.

Sé que a causa de este texto, las feministas me etiquetarán de esto o aquello. Van a decir que pienso de forma machista y retrógrada, pero quiero decir que no defiendo mi punto de vista. Escribo sobre lo que aprendí en las Escrituras y creo en ellas firmemente. Para Dios, la mujer tiene un valor demasiado noble para vivir como ha vivido. Su prestigio delante del Señor es inestimable, de manera que su precio está por encima de todos los rubíes de este mundo. Ninguna cantidad de piedras preciosas corresponde a su importancia.

 

No apoyo ninguna forma de irrespeto, violencia u opresión de la libertad a la mujer. Y ni estoy diciendo con esto, que ella no pueda trabajar y tener éxito. Pero, todas estas atribuciones deben ser acompañadas de sentido común, equilibrio y sabiduría. Después de todo, ¿por qué es tan difícil la comprensión de que la tan soñada felicidad está en el hombre y en la mujer ejercer el papel para el que fueron designados en su creación? En cualquier intento lejos de eso, quedarán frustraciones y dolores para ambos.