Tengo la ciudadanía brasileña porque nací en Brasil, más precisamente, en Río de Janeiro. Con ella, tengo derechos, beneficios y también obligaciones. Es igual en todos los países: todos los ciudadanos del mundo, según la nación a la que pertenecen, tienen más o menos lo mismo.
En el reino espiritual, sin embargo, sólo hay dos ciudadanías: la del reino del mundo y la del Reino de Dios.
En el reino del mundo, los «derechos» se ven falseados por una sensación de libertad, la ilusión de que puedes hacer lo que quieras con tu vida sin tener que rendirle cuentas a nadie. Sin embargo, las consecuencias llegan con fuerza, trayendo una dosis de realidad: en este reino, estás solo. Y ese final feliz que se ve en películas y telenovelas… simplemente no existe.
En el Reino de Dios, los derechos son reales, al igual que los beneficios y las obligaciones. Pero, a diferencia de los sistemas terrenales, aquí todo funciona mediante la fe, que es el único documento requerido en este Reino. Y mediante la fe, nuestros nombres están escritos en el Libro de la Vida. Tenemos acceso a milagros inalcanzables para la lógica humana, a una sabiduría que trasciende cualquier diploma o título, y una comprensión de la existencia misma, algo que ningún filósofo o científico ha podido explicar plenamente hasta el día de hoy. Y el mayor beneficio de todos: tenemos acceso directo al Señor de este Reino, a cualquier hora del día… algo imposible incluso en los países más pequeños, y mucho menos en los grandes reinos.
Pero la fe no se limita a decir “creo”. Se nutre de la práctica de la Palabra, es decir, de la constitución del Reino de Dios.
Los seres humanos, por naturaleza, no nos gusta seguir las leyes, ni siquiera las más sencillas, como las de tránsito, y mucho menos las que exigen sacrificio. Por eso pocos pertenecen a este Reino. Muchos anhelan lo que ofrece: belleza interior y no de apariencias, un matrimonio feliz y duradero, una familia unida, paz, alegría constante, la certeza del mañana y, sobre todo, de la eternidad.
Estos son los beneficios exclusivos del Reino de Dios. En este mundo, lamento decirles, es imposible alcanzarlos por medios naturales.
Aquí todo hay que comprarlo, pagarlo o temerlo, porque todo tiene fecha de caducidad.
Criastiane Cardoso