Nuestra fe depende de en qué nos enfoquemos: si es el oro o el altar. En el pasado, los judíos religiosos cumplían con sus deberes religiosos y creían agradar a Dios. Pero en realidad no lo hacían, porque ¿de qué sirve una ofrenda sin espíritu? Es lo mismo cuando comienzas una relación con alguien que al principio parece una gran persona. Te entregas a él, pero con el tiempo demuestra que solo quiere usar tu cuerpo y no le importas. Nuestra relación con Dios debería ser igual: Él no solo quiere tu lealtad económica en la iglesia, sino tu lealtad espiritual, a través de tu corazón entregado a Él en todo.
Jesús dijo en Juan 4:23 que Dios busca adoradores que lo adoren en espíritu y en verdad. Es decir, en espíritu, que es algo más profundo y proviene del alma; y en verdad, con sinceridad y transparencia, incluso si tenemos defectos. Esta es la ofrenda que el Altar recibe y acepta, y que debes priorizar en tu vida. Dios quiere que tengamos una relación de pureza y santidad con Él, sin mentiras, engaños ni pretensiones, como sucedió, según la Biblia, con la viuda, que solo tenía dos moneditas, pero las ofreció a Dios voluntariamente y con un corazón abierto para agradarle. Los ricos, a su vez, dieron grandes ofrendas, pero ninguna agradó a Dios, porque eran parte de lo que les sobraba.
El Altísimo lo enfatiza en Isaías 1:11-13: “¿De qué me sirve la multitud de vuestros sacrificios? (…) No me traigáis más ofrendas vanas. Me es abominación el incienso, las lunas nuevas, los sábados y la convocatoria de asambleas; no soporto la iniquidad ni siquiera la asamblea solemne”. Por lo tanto, lo que agrada a Dios es una vida santa, separada y totalmente de Él. Es muy fácil ofrendar, “sacar el dinero del bolsillo”, pero vivir apartado del pecado, en sacrificio, es diferente. Y eso es lo que agrada a Dios.
Obispo Edir Macedo