La Palabra de Dios advierte en Proverbios 31.3: “no des tus fuerzas a las mujeres”, pero esta verdad no se trata sólo de que el hombre dé sus fuerzas a la mujer, sino también de que la mujer se las dé al hombre, ya que esta actitud es Muy dañina. Esto se debe a que entregar tu fuerza a alguien es someter tu vida y tu voluntad a una persona, que se convierte en tu dios, tu guía y tu maestro.

Cuando pones a una persona en esa posición, se convierte en tu razón de vivir. Por eso a veces vemos noticias de personas que, cuando pierden a un ser querido, se suicidan. Le dan a alguien su propia fuerza, es decir, hacen de la otra persona el centro de su vida. El ser humano tiene esta inclinación, porque Dios creó al hombre ya predispuesto a la adoración, sentimiento que fue puesto en su corazón para que buscara algo o alguien más grande que él mismo. Pero esta búsqueda debe ser en relación con el Único Digno de esta adoración, que es el Creador mismo. Sin embargo, cuando el ser humano no satisface esta necesidad de adorar a Dios a través de su relación con Él, pone a alguien más en Su lugar, comienza a adorarlo y le entrega sus fuerzas. Y es por eso que mucha gente gime, padece y sufre.

Muchos se apegan a políticos, ideologías y artistas, entre otras personas. Es normal que admires a alguien que hace un buen trabajo, pero adorarlo y darle tus fuerzas hasta el punto de dejar de vivir o perder la vida por él no es razonable. Así que ten cuidado, porque quizás le hayas dado tu fuerza a algo o a alguien, a pesar de decir que crees en Dios. Comprende que tu creencia sólo se basa en palabras, porque tu verdadero dios es ese algo o alguien a quien le diste tu fuerza.

Escribe, por tanto, en tu corazón que Dios es el único a quien podemos y debemos darle nuestras fuerzas. Él es el único que no se aprovechará de nosotros y el único que puede responder a nuestra dedicación y devolvernos más fuerzas de las que ya tenemos.

Obispo Renato Cardoso