Antes de que Adán y Eva pecaran, no tenían problemas, pero después de su pecado, fueron separados de Dios y Él los consideró “muertos”. Entonces, cuando una persona quiere una nueva oportunidad, si se arrepiente, reconoce su pecado y comienza a seguir la Palabra de Dios, ella sale del reino de los muertos y entra en el Reino de Dios, que es el reino de los vivos eternamente. Pero una persona puede ir a la iglesia y seguir viviendo en pecado y ¿qué pasará? Ella permanecerá muerta, en lugar de resucitar, porque las señales del regreso del Señor Jesús están ahí, muy claras.
Los discípulos dijeron: “Señor, mira el templo, qué hermoso es”. Pero Jesús, en aquel tiempo, dijo: “¿No ves todo esto? De cierto os digo que no quedará piedra sobre piedra que no sea derribada” (Mateo 24:2). Ese templo fue destruido y lo mismo pasará con todo y la réplica de ese templo: el Templo de Salomón, en San Pablo.
Si un templo hecho de piedras sólidas, hormigón, hierro y acero no dura, imagínense el ser humano que es tan frágil. Sin embargo, para aquellos que se arrepienten de sus pecados y son bautizados en agua, la naturaleza pecaminosa queda sepultada y cuando se levantan es para vivir una vida nueva. Los cielos se abren y reciben el Espíritu de Dios. Este fue el proceso con el Señor Jesús. Cuando fue bautizado, los Cielos se abrieron y una Voz dijo: “este es Mi Hijo amado en quien tengo deleite” y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma sobre Su cabeza. Esto también tiene que suceder cuando una persona se arrepiente sinceramente de sus pecados: cuando es sepultada en el agua y luego resucita, es seguro que recibirá el Espíritu Santo. Ese debería ser el protocolo.
Dios quiere resucitar a todo aquel que está muerto en sus pecados y, para ello, Jesús es la puerta que da acceso una vez más al Jardín del Edén. Si una persona pasa por esta puerta que es la del arrepentimiento, la fe en el Señor Jesús, el bautismo en agua, la recepción del Espíritu Santo, entra al Reino de Dios.
Obispo Edir Macedo