La vida, en toda su plenitud, solo depende de una sociedad con Dios. Así fue con Abraham. El Señor lo llamó y le dio una orden con un agregado de siete promesas. Claro, él no tuvo la visión del proyecto Divino para su vida en el futuro.

Pero confió y creyó en la Palabra. Su obediencia probó eso. A partir de entonces, quedó establecida la sociedad con Dios.

Esa química de fe en relación con el Creador es el modelo para ser seguido por quien anhela una vida de calidad.

Muchos cristianos han estado listos para exigir las promesas sin, no obstante, corresponder con su parte. ¿Qué sociedad sobrevive sin la participación efectiva de los socios? ¿Qué matrimonio permanece sin el sacrificio de los dos?

Dios envió Su Palabra. Su Palabra es Su Espíritu y retrata Su honra y, sobre todo, Su Divinidad. Quien cree en ella, es decir, sacrifica en su obediencia, estará cumpliendo su parte en el acuerdo. Como resultado tiene que haber una respuesta de parte de Dios.