Un juez solo puede juzgar con justicia la causa de alguien si conoce a fondo todo el proceso y los detalles de los acontecimientos.

Cuando se trata de un juez humano, él recoge las informaciones dadas por los testigos y da la sentencia. En ese caso, existe la posibilidad de una decisión injusta, visto que el hombre es fallo y puede ser víctima de la corrupción de otros. Pero cuando se trata de Dios, no hay cómo recibir una sentencia injusta, a fin de cuentas, Él conoce lo que está en nuestro interior y en el de las demás personas y todo lo que sucede a nuestro alrededor.

El Altísimo no necesita testigos ni evidencias para juzgar nuestra causa, ya que Él es El Propio Testimonio de todo lo que ocurre en la Tierra y es conocedor de todas nuestras obras.

Pero solamente una cosa es capaz de hacer que Su Martillo golpee a nuestro favor: la manifestación de nuestra fe. Solo la fe nos justifica delante de Dios. Solo la fe nos hace merecedores ante Él. Solo por la fe el Todopoderoso SEÑOR DE LA JUSTICIA es capaz de atender a nuestro clamor.

«Hoy también es amarga mi queja …»  Job 23:2

Cuanta gente cristiana, fiel y sincera carga consigo una queja antigua, amarga como la hiel y tóxica como la herrumbre. Y como la herrumbre consume al hierro, tal amargura ha consumido al alma.

Alguien me confesó: yo no Le pedí a Dios que me librara de esta amargura porque temía no ser atendida y, por fin, que mi fe en Él se desanimara…

Parece que Job pensaba lo mismo, al confesar que Su mano callaba su gemido. Solo quien vive amarguras así entiende el dolor de Job.

¿Quién, en su sana consciencia, no ha sofocado un clamor en el alma?

El próximo 17, estaremos convocando a los que han sofocado su gemido a que suban al Altar, ante el Trono de la Justicia.