Dios quiere que seas su gloria en este mundo. Este es su mayor deseo. Así como todo padre quiere lo mejor para sus hijos, Dios quiere lo mismo para toda criatura humana y, por eso, promete: “comeréis de lo mejor de esta tierra”.

Pero cuando este hijo es rebelde, ¿qué puede hacer un padre o una madre para cambiar la situación? Nada. Están atados de pies y manos. Y así es exactamente como se siente Dios ante el cuadro caótico del mundo, porque Él no puede imponer ni obligar a nadie a obedecerle.

La historia real que tuvo lugar en Babilonia, bajo el imperio de Nabucodonosor, cuando los judíos fueron exiliados, cuenta la muerte de dos hombres. Uno no fue nombrado porque Dios no quiso honrarlo, así que simplemente se le llama rico. El otro era el pobre Lázaro, que guardaba en sí mismo la fe y la esperanza de que un día podría estar con el Dios de su padre, y entonces fue salvo.

Está claramente escrito que cuando Lázaro murió, el alma fue llevada por los ángeles, pero la del rico fue inmediatamente al infierno. Solo Jesús puede enseñar acerca de estos dos destinos del alma. Sin embargo, somos nosotros los que tenemos derecho a elegir uno de ellos.

Tú decides cuál será el destino de tu alma: si estás lleno de cuestionamientos y no crees, el infierno será tu destino, pero si ya tienes el gozo y la alegría que Dios te da, seguramente tendrás la Salvación.