Como seres humanos, todos tenemos una historia de vida con aciertos y errores. Y en la trayectoria de nuestra existencia, dejamos rastros que pueden ser considerados un legado bueno o malo, dependiendo, por supuesto, de nuestras elecciones.

La semana pasada, hablé sobre el legado de Lía, y hoy quiero escribir un poco sobre la historia de su hermana, Raquel.
Aunque ella fue descrita en la Biblia como una mujer hermosa físicamente, su alma no tenía tanta belleza así.
Voy a citar algunas situaciones en que Raquel dejó evidentes fallas en su carácter y en su vida espiritual.

La primera marca negativa se refiere a la envidia que ella sentía de Lía por verla concebir hijos, mientras su vientre permanecía estéril.
Jacob amaba a Raquel incondicionalmente, pero eso no era suficiente para ella, pues, además de codiciar tener hijos como la hermana, ella nutría la envidia, que es una bomba de malos deseos. Usted sabe que el envidioso tiene rabia de la felicidad del otro, por esa razón, lo que no tiene no quiere que nadie tenga también.

Otro acontecimiento en la vida de Raquel muestra aún su incredulidad. En cierta ocasión, Rubén, hijo de Lía, estaba en el campo y encontró algunas mandrágoras, frutas que, en la época, eran tenidas como afrodisíacas.

Para tenerlas, Raquel fue capaz de proponer algo inmoral a Lía. Ella le amaba mucho, y su deseo era estar al lado de él todos los días. Sabiendo esto, Raquel negoció ocultamente el “amor” de su marido, cediéndole para que la hermana se quedara aquella noche con él.

Creyendo en supersticiones, en vez de depositar únicamente la fe en Dios, Raquel fue decepcionada. Además de no haber quedado embarazada en aquella época, ella todavía vio a Lía dar a luz a otro hijo, resultado de aquel día en que ella cambió a su marido por las supersticiones.

Por último, viene la peor de todas las fallas de Raquel, que fue el robo de los ídolos de su padre. En aquella época, esos ídolos no eran sólo elementos para adorar, ellos también tenían valor escriturario, o sea, representaban posesión de las propiedades y de los negocios de la familia.

Entonces, cuando Jacob decidió partir de las tierras de Labán, Raquel intentó asegurarse de robar aquellas estatuillas. Cuando su padre se dio cuenta del robo, ella le mintió, sin remordimiento, diciendo que no había hecho eso. Jacob estaba tan consternado con la gravedad de aquella situación, que dijo que el culpable debía morir (Gn 31.32). Pero, no sabía que era Raquel. Imagínese que, si ella era capaz de mentir y engañar al propio padre, ¿qué no haría con las otras personas?

Raquel pasó muchos años de su vida luchando sola y con las armas equivocadas, por eso, logró hacer de su hermana una rival, de su marido como una carta en la manga y de sus hijos, una obsesión.
Su vida corta tiene ejemplos que nos estimulan a pensar en cómo ser recordados y qué marcas hemos dejado en la vida de los que nos rodean.

Recuerde: son nuestras actitudes, y no nuestras palabras, que contarán nuestra historia y generarán nuestro legado cuando partir.

Siendo así, ¿cómo le recordarán?

Hasta la próxima semana.