Bíblicamente, no hubo ni siquiera un único siervo de Dios que haya obedecido sin fe o que haya manifestado su fe sin haber obedecido.
En aquellos tiempos, como en los actuales, los desobedientes son vacíos del Espíritu de Dios. Tienen fe para determinadas situaciones, pero no para obedecer.
Los creyentes desobedientes, así como los incrédulos rebeldes, no le dan la más mínima importancia al juicio Divino. En el fondo, en el fondo, piensan que, a causa de Su infinito amor, Dios sería incapaz de lanzar a alguien al Lago de Fuego. Eso los ha hecho relajarse, tanto en la fe como en la obediencia a Su Palabra.
Ellos se olvidan de que la desobediencia es un acto de rebeldía. Y que, por el mismo motivo, el Señor Dios no perdonó a Lucifer y a los demás ángeles insubordinados, ni a la humanidad de la época de Noé, y mucho menos a los habitantes de Sodoma y Gomorra, ¿cómo los perdonará si son movidos por la misma actitud?
También se olvidan de que Él es Justicia. A pesar de amar al pecador, aun así, odia al pecado.
Todo y cualquier pecado es una forma de injusticia.
No hay posibilidad de comunión de la justicia con la injusticia, así como no hay comunión de la luz con las tinieblas.
Los desobedientes pueden ser fieles a las doctrinas de la iglesia, fieles al pastor, fieles en los diezmos y ofrendas, sin embargo, si no obedecen a la Palabra de Dios continúan siendo rebeldes.
Por eso, ellos no tienen unción, no tienen autoridad espiritual sobre el mal, no tienen visión espiritual, y lo peor, no son sellados con el Espíritu Santo.
Como cucarachas tontas, se posan aquí, allá y acullá. Son indefinidos en la fe. Se resisten a sacrificar sus voluntades y deseos personales para obedecer a Aquel a quien llaman Señor.
El Señor Jesús dijo claramente a Sus seguidores:
… si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Mateo 5:20
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