La vida abundante que prometió el Señor Jesús no significa una vida de ostentación, lujo, riqueza y gloria en este mundo. La vida abundante es el Espíritu Santo dentro de nosotros. Él guía, enseña, fortalece, consuela, conforta y da la dirección necesaria para que luego podamos ser felices y bendecidos.
Jesús le dijo al Padre: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. 5 Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.
6 He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.” (Juan 17:4-6).
Sepan que el Padre tiene en sus manos a toda la Humanidad. Pero, como ella pecó, el Padre sigue siendo sólo su Dueño, su Creador. Criaturas que son sinceras, verdaderas y transparentes son dadas por Dios a Su Hijo, Jesús. Luego los “lava” con Su sangre, los limpia, los perdona y los sella con el Espíritu Santo. Así, nacen del agua y del Espíritu.
Es decir, el Padre entrega a esa criatura al Hijo para que haga la obra de liberación, cura, salvación, pureza y santidad. Entonces el Hijo devuelve esta criatura, que ya no es un alma ordinaria de la Humanidad, al Padre, porque ahora es un alma salvada, engendrada por el Espíritu Santo.
Por lo tanto, de nada sirve cantar alabanzas a Dios o rezarle y seguir teniendo el corazón primero en los familiares, seres queridos o las cosas de este mundo. Cuando una persona realmente pertenece a Dios, vive de acuerdo a Su Palabra.
Obispo Edir Macedo
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