Hemos heredado de los tiempos modernos la prisa, el pensamiento acelerado en muchas cuestiones, pero, sobre todo, hemos sufrido con la avalancha de informaciones derramadas sobre nosotros.

Hemos ganado en muchas áreas con el avance tecnológico, pero dejamos de desarrollar las percepciones espirituales que apenas una mente conectada con el cielo puede percibir.

Esto sucede porque las revelaciones Divinas no vienen cuando estamos distraídos con entretenimientos o pensamientos fútiles y egoístas, y sí cuando nos quedamos con el Texto Sagrado en la mente, hasta conseguir absorber las Verdades contenidas en él para nosotros. Muchas veces, lo que el Señor desea hablarnos está entre líneas, en las comas, en la pausa o en apenas una palabra que, hasta entonces, nunca nos había llamado la atención.

El ejemplo de Jeremías nos enseña sobre como meditar y oír la Voz del Eterno. El profeta predicó al Reino del Sur en los últimos 40 años de historia (626-586 a.C.). Aunque es un tiempo muy lejano para nosotros, hay algo en común con nuestra realidad: la mayoría de las personas de aquella época oían la Palabra de Dios, pero la ignoraban, así como en nuestros días.

El Altísimo hablaba siempre con el profeta, y él no era indiferente con Su pueblo, vea:

 “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón.” Jr. 15:16

Jeremías consideraba lo que Dios hablaba con él como un delicioso banquete, digno de ser saboreado con tiempo y dedicación. Por esa razón, el uso de la metáfora “comer la Palabra”, pues el profeta consideraba aquel el alimento sagrado para su alma.

Las Sagradas Escrituras tienen infinita profundidad, fueron definidas por el Señor Jesús como “Espíritu y Vida”, de esa forma, jamás podrán ser comprendidas de forma natural, sino solamente con devota disciplina de fe.

La inteligencia humana no es capaz de hacer con que alguien entienda los misterios escondidos en la Palabra, pues éstos sólo son revelados a quienes de verdad la aman y, de “día y de noche”, meditan en ella.

Entonces, una señal evidente de que alguien de hecho pertenece a Dios es el amor intenso a Su Palabra, visible en esta persona con devoción alegre, espontanea y disciplinada a su lectura. No es necesario empujar a quien realmente es hijo y deseoso en tener un relacionamiento con las Escrituras, pues éste hace de ella su fuente espiritual de sustento y vigor.

No desperdicie su tiempo y su vida distante de la voluntad de Dios revelada en las Escrituras, sino que se llene con los pensamientos de Él, pues eso determinará sus acciones y reacciones en la vida.

Si le gustó este texto y se interesó en aprender más sobre como meditar en la Biblia, hablaré más sobre esto en las próximas semanas.

¡Hasta pronto!