Sucedió un viernes, alrededor de las 10 de la noche. La reunión transcurría de un modo natural. A pesar de que el salón era grande, aun así, las 30 personas casi se agolpaban allí.

Evaluando el desempeño de los trabajos evangelísticos, el pastor Samuel, líder de la iglesia, me dijo:
– Edir… Creo que no tienes el llamado de Dios. Tu trabajo es muy débil. Realmente deberías seguir en tu empleo. A partir de mañana, voy a cuidar esa iglesia y tú te quedarás solo con una tarea especial en el Cine Ridan.

Aquellas palabras sonaron como una bomba dentro de mí. Una vez más sentí el dolor del rechazo, del desprecio, de la vergüenza y de la humillación. Hacía años venía persiguiendo ese sueño de servir solamente a mi Señor. Pero ahora, delante de aquellos pastores, auxiliares y obreros, mi pasión por las almas estaba siendo arrancada violentamente.

No era pastor, apenas un obrero sediento. Aun así era respetado por los demás.

Las palabras del pastor líder fueron tan fuertes que él mismo quedó avergonzado. Y enseguida convocó a todos para orar.

Mi dolor no estaba en perder el trabajo especial que hacía, sino en que me consideraran sin condiciones de ganar almas. Eso me dolió demasiado.

Profundamente abatido, doblé mis rodillas y me dirigí a Dios, diciendo: “Mi Padre…”

El dolor era tan intenso que no sabía qué decir o pedir. Solo repetí la frase: “Mi Padre…”

A partir de entonces, fui inundado por un gozo inconmensurable. Como una fuente rebozando de mi interior, se materializaba en alegría.
Inmediatamente comencé a reír. Y fue aumentando cada vez más, al punto de reírme a carcajadas…

Todos interrumpieron sus oraciones y, perplejos, me miraban. Querían saber el motivo de esa alegría. Nunca habían visto nada igual. ¡Ni yo!

Pero nadie se atrevió a preguntar, porque sabían que el Espíritu de Dios era El responsable.

Lo que más me llamó la atención fue que aquel gozo del alma comenzó cuando dije: “¡Mi Padre…!”

Me acuerdo como si hubiera ocurrido ayer. Fue como si Él me hubiese tomado en Sus brazos y me hubiese dicho: “No temas, Yo te escogí…”

Dos años más tarde, nacía la Iglesia Universal del Reino de Dios.

Solamente quien es nacido del Espíritu tiene el privilegio de invocar a Dios como Padre y recibir Su atención.

Por favor, lea Isaías 41:9-13 y entenderá mejor mi experiencia con Dios.