Después de que los hebreos dejaran la esclavitud en Egipto y fueran al desierto, Moisés subió al Monte Sinaí para recibir las tablas de los Diez Mandamientos de Dios (escrito en la Biblia en Éxodo 32).

Sin embargo, Moisés tardó en descender del monte. Entonces, el pueblo decidió construir un becerro de oro para adorar y hacer una fiesta.

Al descender, Moisés, viendo lo que el pueblo estaba haciendo, se indignó y arrojó las tablas al suelo. Porque no era lo correcto, la orientación era que solamente creyeran en el Dios vivo.

Como Moisés había destruido las tablas, el pueblo dejaría de tener acceso a las enseñanzas de Dios debido a su desobediencia.

“… y escribiré en aquellas tablas las palabras que estaban en las primeras tablas que quebraste; y las pondrás en el arca.”(Deuteronomio 10:2)

El precio de la desobediencia

“Aquella actitud idólatra hizo que Moisés manifestara el dolor de Dios al ver la incredulidad y la desobediencia de ese pueblo. Por eso, el precio para que la Palabra de Dios se manifieste en su vida se llama OBEDIENCIA”, escribe el obispo Júlio Freitas, en su blog personal.

Si nosotros no somos obedientes a Dios, no hay forma de que Sus promesas se cumplan en nuestras vidas.

Entonces, ¿cómo podemos cambiar de postura delante del Señor?

El obispo Júlio responde esta pregunta: “La única forma de romper la desobediencia es reconociendo el pecado y abandonando el error. Pero, si usted elige no renunciar al pecado, entonces, la Palabra de Dios no se podrá cumplir”.

Si usted quiere aprender más sobre las enseñanzas de Dios, participe de una reunión en una Universal más cercana a su casa.